Wednesday, June 6, 2007

Miss Journalist (Confesiones de Amor)

Si mi caprichoso corazón hubiera querido otra cosa y no palpitara tan decididamente por David, lo mas probable es que, tarde o temprano, habría terminado enamorado de una periodista.

Y posiblemente de una periodista chilena.

Aunque en mi curso de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile el atractivo de mis colegas no era obvio a primera vista, todo cambió cuando Elizabeth Subercaseaux llegó a reemplazar a Verónica López, que había partido a Washington a mitad de semestre, como profesora de un seminario llamado “Revistas y Empresa”.

Elizabeth- que un par de años después me llevó a “Cosas” y que hasta hoy es una de mis mas queridas hadas madrinas- no tenia nada que ver con las mujeres que había conocido hasta entonces. El primer día de clases apareció con una pollera café hasta la rodilla, botas de montar, un sweater negro de cuello alto, un collar dorado y el mejor corte de pelo que ví en la década de los ochenta. (Liso, con chasquilla y hasta los hombros).
Esta mujer, a la que fácilmente podía imaginar en las oficinas de “Vogue”, sacó una grabadora de su cartera, apretó “play”, y todo el curso quedó hipnotizado con el sonido de los disparos que la semana anterior nuestra flamante profesora había grabado mientras cubría un nuevo golpe de Estado en Bolivia. (En esos tiempos había uno cada quince días).
La imagen de esta Jane Bond desafiando peligros en una exótica ciudad latinoamericana despertó de inmediato mi curiosidad. había encontrado una nueva heroína, y, a diferencia de las anteriores, esta no pasaba sus noches en algún nightclub de Nueva York o Paris, sino en el mundo real, con dictadores y guerrilleros. Y aun así, mantenía un perfecto corte de pelo.

Mi llegada a “Cosas” en 1983 confirmó mis sospechas de que el periodismo era territorio de amazonas. Aunque el editor general era hombre, la revista estaba controlada casi exclusivamente por mujeres.
Margarita Serrano era la periodista de economía, un área fría donde ella, astutamente, entraba armada con una sonrisa irresistible y la calidez de sus ojos claros. Malú Sierra era la madre tierra, mucho antes de que la madre tierra se pusiera de moda. Raquel Correa tenia una mirada que en algunas ocasiones podía resultar aterradora, pero que no alcanzaba a ocultar un corazón sorprendentemente vulnerable. Angélica Arndt era la “Alexis Carrington” del grupo, apareciendo siempre atrasada en las reuniones de pauta –“!El jardinero se enfermó!”-, envuelta en capas y fedoras, y luciendo joyas que hacían que la reunión se detuviera por una buena media hora para admirarlas. Y Patricia Moscoso y Soledad Miranda, que hoy es mi editora, me parecían la encarnación del movimiento feminista que habían heredado de la década anterior.

Sobre todas ellas, por supuesto, estaba Mónica Comandari, la directora.
What a crush!!
Cuando la conocí estaba, como la mayoría de los alumnos en práctica por esos días, en el piso recortando periódicos cuando de pronto ví unas piernas bien torneadas a mi lado que me preguntaban, ¿Y tú quién eres?
Les di mi nombre.
“Yo soy Mónica Comandari”, dijo entonces Mónica, “Y dicen que tengo las mejores piernas de Chile”.
El romance, al menos por mi lado, fue inmediato y dura hasta hoy.

Con los años, mi convicción de que las periodistas son una casta especial quedó ampliamente confirmada.
Andrea Lagos escondía su mente de genio detrás de unos vestiditos tan frágiles y ligeros que hasta un gay convencido, como yo, estaba obligado a prestar atención.
Paula Coddou sigue siendo mi rubia (natural) favorita, la heredera de un lugar que hasta su aparición estaba ocupado por Carole Lombard. Si no hubiera estado casada- y si yo hubiera nacido con otra ecuación de X’s e Y’s,- quizás habría terminado una noche en su puerta, borracho como una aceituna en un vaso de Martini, rogándole amor, igual como lo hice en alguna ocasión con un malvado rubio.
De Jimena Villegas me enamoré el día que cambió sus tradicionales pantalones y sweaters por un coqueto vestido y perlas, solo para acompañarme a una aburrida fiesta familiar,. ¡Como la amé!.
Karen Poniachik, que llegó a la revista a hacer la práctica con esa determinación que solo los primeros del curso tienen, pudo haberme conquistado fácilmente con su asombrosa inteligencia. Pero no fue su capacidad para nombrar, de corrido y de memoria, los países africanos y sus capitales lo que me sedujo, sino las carcajadas que lanzaba cada vez que imaginábamos los zapatos, las joyas, vestidos y sombreros que usaría para llegar a alguna cita a la Moneda. Who Knew!

Mi última conquistadora fue Andrea Palet, a la que conocí- como se conoce la gente por estos días- a través del email cuando aceptó publicar mi novela. La he visto solo dos veces en persona, pero el flechazo es genuino. La mente es una herramienta de seducción eficaz, pero cuando viene acompañada de corazón es irresistible.

With love, sincerely

Manuel

2 comments:

Unknown said...

!!!Quiero ser periodista para que digas cosas así de mi...se que no va a ser por mis piernas!!
pero si por mi intrinseco atractivo gatuno...
LOVE
CUCHA-LOVE-DIVINE

Demasiado entretenido!!!

Anonymous said...

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