Sunday, August 12, 2012

Dear Marvin



Murió Marvin Hamlisch , y aunque en este blog tenemos como regla general no poner un obituario detrás de otro, aquí va el de Marvin inmediatamente después del de Gore Vidal. 

No nos queda otra. Es asunto de vida y muerte.

Nunca conocí a Marvin Hamlisch , y sin embargo fue uno de los hombres más importantes de mi vida, el creador de la banda sonora de mi adolescencia.
Es muy posible que mis padres digan “ ¿Marvin, qué?” si les cuento de su muerte, pero bastará que  escuchen dos o tres acordes de “One”, el número final de “A Chorus Line”, para que recuerden- posiblemente con horror- ese famoso himno de Broadway.

Igual como los torturadores de Guantánamo sometieron a sus victimas a la música de Christina Aguilera, yo sometí a mi familia a la tortura diaria de “A Chorus Line”, la que llegó acompañada durante años de un canto tipo karaoke- cortesía de su servidor-, baile en las escaleras (ídem) y, como “grand fínale”, un paseo con sombrero de copa imaginario por ese escenario habitual que era el corredor que unía al living, el comedor y la cocina.

Descubrí “A Chorus Line” a través de una amiga que viajó a Estados Unidos en intercambio escolar y trajo el LP- si, LP- a su regreso.

Todavía recuerdo la primera vez que escuché el ta-tata-tata-ta-ta-tatatatatán de la canción final, “One”, y la revelación inmediata que tuve en ese momento.
Alguien, en algún lugar, por algún motivo, había cometido un terrible error, y yo no era el que todos suponían que era- estudiante del colegio San Juan, residente de La Reina, pésimo para las matemáticas, con una preocupante adicción a las telenovelas venezolanas y el concurso de Miss Universo- sino un bailarín destinado a triunfar en Broadway y, quizás, recibir un Tony, ¡Era tan obvio! De pronto todo tenia sentido, y no era yo el equivocado; era mi familia, mis profesores, mis compañeros de colegio, cualquiera que no entendiera que todas mis rarezas no eran rarezas despues de todo, sino las particularidades obvias de un hombre destinado a encontrar su destino en la esquina de la Octava Avenida y la calle 42.

La primera vez que vi “A Chorus Line” en Broadway, en su producción original en el Schubert Theater, empecé a llorar unos diez minutos antes de que las cortinas se abrieran.
 Ya no era un adolescente, sino un hombre de 24 años que lo que más quería, lo único que quería, era quedarse ahí para siempre, en la oscuridad del teatro,  tarareando “One”. 
Fue una de las noches inolvidables de mi vida.

Ese no fue el único regalo que me hizo Marvin.

Para mi cumpleaños número 13 mi abuela me preguntó qué quería , y como ya tenia los Greatest Hits de “The Carpenters,” le dije que quería el nuevo álbum de Barbra Streisand, “The Way We Were”.

Era 1974, y ahora que lo pienso, esa fue una petición que en su momento puede haber parecido subversiva. “The Way We Were” es el tema principal de la película del mismo nombre, una obra maestra del cine americano que tiene como personaje principal a una comunista judía de Nueva York, encarnada magistralmente por Miss Streisand.

“Comunista” y “Judía” no eran palabras que uno usara a menudo en Chile en 1974, y sin embargo fueron palabras que quedaron marcadas profundamente en mi memoria (Memories, like the corners of my mind). Desde entonces, he tenido algunos amigos comunistas (dos, creo) y muchas amigas judías que, como  Katie Morosky, tienen la cabeza y el corazón bien puestos y han logrado impresionantes triunfos frente a la dominacion capitalista (Redforniana) y el pelo enrulado.

Escuché mil veces a Barbra cantar “The Way We Were”- una y otra vez y otra vez, y otra vez más- con una obsesión que solo puede ser descrita como  juvenil. Por entonces en mi casa no había “stereo”, , sino un “pick up” algo estropeado; una enorme consola que algún decorador podría definir como “Faux Regencia” que necesitaba a menos dos monedas  para hacer que la aguja funcionara.

No era un mundo perfecto, el Chile de 1974, pero gracias a Marvin y Barbra era un mundo ideal.

Marvin murió esta semana, y aunque sé que es imposible, me gustaría pensar que un día de estos me encontraré con él frente al Plaza, igual que Barbra se encontró con Redford en “The Way we Were”, y, arreglándole un mechón de pelo en su frente, le daré las gracias y le diré que nunca, nunca lo olvidaré.

Wednesday, August 1, 2012

The Great Vidal

Buscando información sobre la muerte de Gore Vidal, nos hemos topado con una cita de Christopher Hitchens en sus memorias “Hitch 22”, donde escribe sobre los efectos del consejo que Vidal le dio en una ocasión: nunca dejes pasar la oportunidad de tener sexo o aparecer en televisión.  Según Hitchens, eso lo condenó una existencia con una excesiva dosis de apariciones en la televisión por cable mas allá de la medianoche, esa hora en que la discusión continua acalorada- Irak ¿si o no? ¿Palestina o Israel? ¿Fue Sor Teresa una santa o una diabla?- mientras todo el resto duerme. Hitchens no fue el único en recibir ese consejo- una de las frases más repetidas de Vidal-, pero quizás no escuchó la aclaración que el propio escritor emitió años mas tarde, diciendo que si esa regla había funcionado en el pasado (maravillosamente, según parece), en los tiempos del Sida y Fox News era mejor ejercer cierta cautela.

Que Hitchens y Vidal hayan muerto con apenas meses de distancia solo puede ser descrito como una tragedia. Aparte de brillantes escritores y magníficos polemistas, ambos fueron los últimos ejemplos de una especie que, sospechamos, está en absoluta extinción: el provocador intelectual. Hay candidatos, claro, como Bernard Henri- Levy o Martin Amis, pero el genio de estas mentes se cruza a menudo con el genio de su torso- ambos tienen una alarmante predilección por las camisas abiertas mas allá de lo aconsejable- y el cortocircuito es lamentable.

No es que Vidal no tuviera su cuota de narcisismo, pero su sarcasmo e inteligencia siempre salieron ganando. Habría que volver a los días de Oscar Wilde, como sucede siempre que se habla de literatura gay inteligente, para encontrar frases como las que lanzó el americano con tanta elocuencia y elegancia.

Aquí van algunas:
 -“La mitad del pueblo norteamericano nunca ha leído un periódico. La mitad nunca votó por un presidente. Es de esperar que haya sido la misma mitad”.
 -“Las figuras políticas ya no escriben sus discursos ni sus libros, y hay evidencia de que no los leen tampoco”.
-“Cada vez que un amigo tiene éxito, muero un poco’ -“No es suficiente con ganar. Alguien debe perder también”
 -“La persona homosexual no existe, como tampoco existe la persona heterosexual. Esas palabras son adjetivos que describen actos sexuales, no personas. Los actos sexuales son completamente normales; si no lo fueran, nadie los practicaría”.
 -“El monoteísmo es sin duda el mayor desastre que ha sufrido la raza humana” -“Un escritor debe escribir siempre con la verdad (a no ser que sea un periodista)”.
-“Un narcisista es una persona más atractiva que uno”.
 -“Siempre me pareció un golpe de suerte no haber nacido en un pequeño pueblo americano. Puede que sean la columna vertebral de la nación, pero son también la columna vertebral de la ignorancia, el prejuicio, y el aburrimiento”.

Si, Vidal fue el último icono de una era de polemistas que entendió el debate como un enfrentamiento de ideas, un duelo intelectual en que cada uno tenia su turno y donde, sin más armas que la razón y el ingenio, un adversario podía derribar al otro. El escritor encontró un formidable enemigo en William F. Buckey, que, como él, era educado, elegante y disfrutaba mas la discusión que sus resultados. Verlos hablar fue como observar un partido de tenis, y si tiene dudas, deje de leer inmediatamente este articulo y vaya a YouTube, donde encontrará magníficos ejemplos de esta divertida, excitante, profunda y muy pública batalla de neuronas.

Vidal conoció a todo el mundo. Al menos eso pareciera. De su prima Jackie Kennedy Onassis a Marilyn Monroe, pasando por Marlon Brando, Norman Mailer o George W. Bush, todos cruzaron en algún momento su radar social, literario o político. Su vida fue envidiablemente privilegiada- Los inviernos de su niñez fueron en Park Avenue, los veranos en los Hamptons, y vivió buena parte de su madurez en una villa en Ravello, en la costa italiana, observando el Golfo de Salerno hasta el infinito-, pero él devolvió el favor entregando en sus libros una versión clara, precisa y a veces hasta amarga, de su propia clase, su propio país y su propia generación. Fue legendariamente prolífico, algo que no queda más que agradecer.

El escritor, quizás protegido por su talento y status social, fue uno de los pocos intelectuales de su generación abiertamente gay. Buckley se refería a él como “ese Queer”, y Vidal le respondía llamándolo “cripto-nazi”. Fue también, como demostró el paso del tiempo, un profundo y comprometido romántico.
Cuando abandonó su refugio italiano, fue porque su pareja, Howard Austen, con el que vivió casi medio siglo, cayó gravemente enfermo. La pareja se instaló en de Hollywood, no muy lejos del hospital Cedars Sinai donde Austen fue tratado. En sus memorias, Vidal cuenta que en su lecho de muerte su pareja le comentó: “Pasó todo terriblemente rápido, ¿no?”. Y por supuesto la respuesta de Vidal fue afirmativa.

 Después de la muerte de Austen, la salud del propio Vidal comenzó a decaer progresiva y rápidamente. Sus últimos años los pasó condenado a una silla de ruedas, y fue así, recuerda The New York Times en su epitafio, como apareció en Nueva York el 2009, cuando recibió un premio especia en los National Book Awards. Su discurso fue improvisado y, por lo mismo, a veces genial e inspirador, y otras simplemente bizarro. ¿las ultimas palabras de esa noche? “La vida ha sido tan, tan divertida”.