Aqui una entrevista con Jaime Bayly, a quien admiro y adoro, y que nunca fue publicada.
JAIME BAYLY
Después de diez libros, centenares de crónicas, columnas y artículos, e incontables apariciones en televisión y entrevistas, Jaime Bayly continúa siendo un misterio. El escritor peruano usa su ironía como una espada y su pluma como un escudo en esa guerra de escándalos que ha sido su carrera, y cuando sus lectores- que no son pocos- piensan que ya lo han descubierto todo sobre él y que secretos no le quedan, pues bien, Bayly abre una nueva puerta que hasta entonces nadie había visto ni imaginado y hace pasar a todos a un nuevo campo de batalla. “No se lo Digas a Nadie”, su primera novela, no mantuvo la promesa de su titulo, se convirtió en la comidilla del mundo literario latinoamericano y una sinopsis de los temas y obsesiones que desde entonces se han convertido en sus constantes. La opresión de la burguesía limeña donde creció, el dolor que le produjeron las garras del Opus Dei, los flirteos con las drogas, los romances inconvenientes y la bisexualidad, lo han acompañado novela tras novela, creando, como ocurre solo con los grandes escritores- o los muy insistentes- un universo propio fácilmente reconocible. Su fama de “enfant terrible” ha aumentado con los anos. Después de su matrimonio con su ex-mujer, Sandra, que vive en Perú y con la que tiene dos hijas, Bayly se instaló en Miami y actualmente mantiene una relación con el periodista y escritor argentino Luis Corbacho. “Mi Amado Mr. B”, se llamó el “Roman a Clèf” que Corbacho escribió hace poco mas de un año, revelando el romance entre un joven periodista y un célebre y egocéntrico escritor que, considerando el titulo de la novela y la identidad de su autor, todos reconocieron como Bayly. “Cuando la leí, me reí mucho y amé más a Luis, a pesar de que hizo un retrato bastante crudo y demoledor de mí”, dice Bayly, “Pero sentí que no podía haberme retratado de otra manera y que era de una justicia poética que por fin alguien hiciera conmigo lo que yo había hecho con tantos y tantos amantes y amigos y enemigos, es decir recrear sus vidas sin compasión en la literatura”.
-¿Te parece que cine y literatura son buenos compañeros?
-Sí, claro, son amantes, amantes apasionados, aunque a veces, la mayor parte de las veces, son amantes infieles, amantes traicioneros, algo que, por lo demás, está en la naturaleza misma de los amantes.
-Si algún día hicieran la película de tu vida, ¿Cuál seria el titulo? ¿Quién seria el director perfecto? ¿Quién te interpretaría?
-“Las mujeres que hay en mí”, dirigida por Sophia Coppola y actuada por el chico que hace de Harry Potter (algunos de mis amigos más dipsómanos me dicen Harry Potter).
-¿Qué te mueve a escribir?
-La rabia, el desasosiego, la infelicidad que siento cuando no escribo.
-El periodista Jorge Ramos dijo una vez que había que ser muy valiente para escribir libros como los tuyos. ¿Estás de acuerdo?
-Jorge dice esas cosas excesivas porque es un amigo generoso al que aprecio y admiro mucho. Yo no soy valiente, soy muy cobarde. El coraje no ha sido nunca una de mis virtudes. Yo sólo he sido lunático, imprudente, kamikaze. No me interesa la aventura de estar vivo sin la excitación deliciosa de correr riesgos creativos y personales.
-¿Qué has perdido y qué has ganado revelándote tanto en tus libros?
-He perdido por completo la buena reputación y el sentido mínimo del decoro, si es que los tenía, cosa harto discutible. He perdido ciertos amigos, ciertos amantes, el afecto de ciertos parientes. He ganado una carrera literaria. He ganado algunos premios menores. He ganado la tranquila satisfacción de haber hecho con mi vida lo que en verdad quería. He ganado algunos amigos mejores que los que perdí y algún amante infinitamente mejor que todos los amantes que perdí.
-Tus novelas a veces parecen intentos de despercudirte de los demonios de tu niñez y tu adolescencia. ¿Las sientes así?
-Sí, absolutamente. Cada novela es una catarsis, un viaje peligroso al corazón de uno mismo, una montaña rusa de emociones encontradas. Cuando termino, siento que he perdido un pedazo de vida en ese viaje vertiginoso y brutal y, al mismo tiempo, que he renacido, que he salido purificado y fortalecido de ese descenso a los infiernos.
-De todas ellas, ¿Cuál es la que mejor refleja tu propia existencia?
-“Yo amo a mi mami”, porque recrea el mundo contradictorio y feliz de mi infancia, de mis afectos, de mis dos familias, la biológica y la de los sentimientos.
-Tu creciste en medio de una familia burguesa, católica, latinoamericana. ¿Que te queda de esa herencia?
-Nada o casi nada. No veo a mis padres ni hablo con ellos hace años. Es una pena, pero son del Opus Dei y tienen por eso una mirada homofóbica que nos ha impedido querernos bien, respetar nuestras diferencias sin lastimarnos. Yo soy agnóstico y creo que la religión católica, como todas las religiones, es profundamente intolerante, machista, homofóbica y antiliberal. Yo creo en la libertad personal y me niego a vivir mi vida intimidado por una determinada religión.
-Cuando miras el ambiente en que creciste, ¿Qué te parece lo peor?
Lo peor fue sin duda sentir que papá no me quería, que se avergonzaba de tenerme como hijo mayor.
-¿Y lo mejor?
-Lo mejor fue sin duda vivir en la casa tan linda que tenían mis padres. A menudo vuelvo a ella en mis sueños y soy extrañamente feliz. Cuántas veces he soñado que compraba esa casa y volvía a vivir en ella y me reencontraba con el jardinero, con la cocinera, con ese mundo maravilloso que se fue y no volverá.
-¿Cuándo comenzaste a mostrar tus primeros signos de rebeldía?
-A los trece años, cuando me escapaba de la casa de mis padres y del colegio. Me escapé tres veces de casa de mis padres y muchas del colegio. No fueron fugas menores. Una de ellas fue minuciosamente planeada y ejecutada: robé una joya de mamá, la vendí o malvendí y pasé un mes inolvidable en hoteles de Lima, hasta que me encontró un detective contratado por papá. Me parece que todo eso ocurrió porque no podía tolerar más ciertos agravios, ciertas humillaciones.
-¿Cuál fue tu relación con la Iglesia Católica cuando estabas creciendo?
-De niño era muy religioso, mi madre me llevaba a clubes del Opus Dei, a misa todos los domingos, me decía que tal vez yo iba a ser cura, que debía oír la voz de Dios en mi corazón. Ahora soy agnóstico, salvo cuando estoy en un avión en una zona de alta turbulencia.
-Tu has dicho que no eres un romántico ¿Lo fuiste alguna vez?
-No, no he sido nunca una persona romántica. Nunca me han gustado las canciones inflamadas de amor o las personas aturdidas o idiotizadas por el amor o la idea convencional del amor en la que hemos sido educados, es decir que uno no puede alcanzar una cierta felicidad a solas, que la felicidad está siempre en otra persona más o menos elusiva, en la vida en pareja, en dormir con esa persona y mirarla embobado media vida. Yo no creo en eso. Soy bastante egoísta, me gusta estar solo, me parece cursi y penosa esa tradición tan nuestra que consiste en cantar a gritos que sin ti la vida no es nada, que cuando te fuiste mi vida se arruinó, que yo soy un inservible o un parásito o un bobo llorón si tú no estás, que si no vuelves me mataré. Yo creo que la vida es mucho más divertida cuando tu amante te deja o no está, porque así tú puedes hacer lo que de verdad te viene en gana. Pero la gente le tiene miedo a la libertad.
-¿El amor, o como quieras llamarlo, que sentiste por tu mujer, es igual al que sientes por Luis?
-No, es muy distinto. A Sandra la amé mucho, pero fue un amor tremendo, suicida, desgarrador, al borde siempre del abismo. Creo que ella sufrió mucho conmigo y me enseñó una forma de amor que yo no conocía y, sabiendo quién era yo y cuáles eran mis debilidades, se atrevió a darme dos hijas maravillosas, y por eso la amaré siempre. A Luis lo he amado y lo amo de una manera más traviesa y tranquila, menos dramática, más libre, pero sobre todo más serena.
- ¿Cual crees que es el más falso de los mitos sobre ti?
-Hay dos ideas sobre mí que son falsas pero que sin embargo me halagan y divierten mucho. La primera es que soy un adicto al sexo. Todo lo contrario: mi vida sexual es tan intensa como la de una planta o una amoeba. Y la segunda es que soy frívolo y glamoroso. Me encantaría serlo, pero la verdad es que casi no hago vida social, no me interesan las fiestas, evito sistemáticamente a la gente feliz, uso todos los días la misma ropa vieja y ahuecada de hace años, me aburre comprar ropa o cosas de lujo y me encanta usar ropa vieja y pasada de moda.
-A diferencia de tantos escritores, tu pareces disfrutar las cámaras de televisión ¿Te parecen un buen medio para promocionar tu literatura?
-Me encanta la tele. Me gusta verla pero más me gusta meterme en ella. Warhol decía eso: alguna gente piensa que la tele se ha inventado para mirarla, otros pensamos que se ha inventado para meternos en ella. Los escritores son muy mentirosos en esto, porque hablan mal de la tele, pero se pasan la vida viendo tele a escondidas y cuando los invitan a la tele, saltan de alegría y van corriendo a hacerse los serios intelectuales. Yo he aprendido más de la vida (y ciertamente me he reído más) viendo los Simpson que leyendo a Carpentier.
-En novelas aparentemente tan cercanas a tu realidad, ¿Cómo evitas cruzar la línea entre la honestidad y el exhibicionismo?
-He cruzado esa línea en casi todas las líneas que he escrito, pero no me arrepiento, porque todo escritor es un exhibicionista más o menos impúdico que baila con las palabras y hace strip tease frente a sus lectores.
-El éxito que has tenido, ¿Te hace más fácil o más difícil empezar una nueva novela?
-No sé si he tenido éxito. Para mí el verdadero éxito consiste en dormir diez horas diarias y esto es algo que no hago a menudo. El éxito es un malentendido, y la frase no es mía. Siempre es difícil comenzar una nueva novela, pero mentiría si dijera que ahora es más difícil que antes: creo que fue mucho más duro escribir “No se lo digas a nadie”, mi primera novela, porque sentía que estaba caminando sobre una cuerda floja, entre rascacielos, sin redes que me sostuvieran si me caía, y sabía que iba a caerme, que estaba cayéndome.
-Y hablando de éxito, ¿Cómo manejas la vanidad?
-Lo mejor es hablar mal de uno mismo. Cuando alguien habla mal de mí, yo inmediatamente coincido con esa persona y le doy toda la razón y celebro su buen gusto. Eso ahorra muchos disgustos y muchas discusiones inútiles. No hay nada más conveniente que tener una mala reputación, y la frase tampoco es mía. Es un estrés pasarse media vida defendiéndose o tratando de demostrar que uno es bueno o virtuoso. La vanidad es por eso un lastre del cual es bueno deshacerse. Nadie es tan importante, al final te mueres y nadie o casi nadie se acuerda de ti.
-La gente se ha acostumbrado a saborear tus “bon mots” y el aire de escándalo que te rodea a ti y tu trabajo. ¿Se te hace una responsabilidad complacerlos?
-Sí, es tremendo, es una responsabilidad agobiante, el peso abrumador de ser siempre irreverente, de decir alguna insolencia suave, de provocar un nuevo escándalo. Y lo que de verdad me escandaliza es que tantas personas se escandalicen con las boberías que escribo y digo por ahí. En Latinoamérica no hace falta mucho talento para escandalizar a las beatas y los santurrones, sólo hace falta un poco de sentido del humor.
-¿Estas de acuerdo con Truman Capote en que “Toda literatura es chisme”? ¿Son todos los escritores unos chismosos?
-Sí, claro, Truman lo supo mejor que nadie, y yo por eso de joven llevaba una foto suya en mi billetera y un día mamá la encontró y pensó que ese señor con sombrero, tan apuesto, de mirada de tan inquietante y herida, era mi amante. Todos los escritores somos chismosos, vanidosos, mentirosos, egomaníanos, niños malcriados, malas personas, gente en la que no se debe confiar. Pero sabiendo todo eso, tiene un encanto irresistible ser amigo de un escritor escandaloso y contarle entre susurros tus pecadillos más inconfesables y rogarle que nunca escriba de ellos sabiendo en el fondo de tu alma torturada que nada te haría más feliz que leerlos en alguna novela suya.
-Cuando te encuentras con alguien que no ha leído tus libros y te pregunta de que se tratan, ¿Qué contestas?
-Es una pregunta atroz, imposible de responder. Pero, si me apuran, miento y digo que tratan sobre el amor.
-¿Estás trabajando en alguna nueva novela? ¿Cuál?
-Estoy empezando a conspirar una novela. Para mí una novela es un complot, una emboscada, un plan de ataque, robo masivo y fuga. La novela perfecta es aquella en la que no te toman prisionero ni pierdes la vida y te llevas el botín y luego lo celebras con tu amante en Río (aunque Buenos Aires tampoco está mal).
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