Wednesday, August 29, 2007

Those Blue Eyes


La última vez que alguien coqueteó conmigo fue el 3 de noviembre del 2006. Sé que es la fecha exacta, porque la anoté en mi calendario.

Yo estaba con mi amigo A en “Schiller’s”, un bistro en el Lower East Side, listo para ordenar mi Steak & Eggs y una copa de Mimosa, cuando me encontré con los coquetos ojos azules y la blanca y amplia sonrisa del mozo.

Mi primera reacción, obviamente, fue de desagrado.

“Esta gente está dispuesta a cualquier cosa por una buena propina”, pensé, considerando mis 46 años y mi cabeza llena de canas.

Pero las sonrisas y miradas continuaron durante todo el almuerzo, e incluso después que dejé el estricto 20% de propina sobre la mesa, el mozo me siguió con sus ojos celestiales hasta la puerta.

A estas alturas no es lo común. Y aunque el episodio, quizás, debería haber alimentado mi ego, lo único que sentí fue nostalgia.

I was adored once.

A veces camino por Williamsburg o Nolita, y veo a esos vendedores/ diseñadores, camareros/actores, cuidadores de perros/ músicos que, inevitablemente, me recuerdan esos días en que mi pelo llegaba hasta los hombros, usaba camisas “small” sin problemas y podía comer un tarro completo de Häagen Dazs sin despertar a la mañana siguiente con un estómago similar al de una mujer con cinco meses de embarazo.

Los jeans talla 28, los cigarrillos fumados a escondidas en la vereda, las carcajadas lanzadas a pito de nada, y hasta esos pequeños departamentos en un quinto piso sin ascensor calentados por un radiador que sonaba como la turbina de un 767, me parecen, a veces, románticos.

Hubo un tiempo en que no necesitaba ocho horas de sueño.

Vendía ropa de once a ocho en Barneys, luego comía una ensalada, trabajaba hasta la medianoche haciendo traducciones y escribiendo artículos para revistas, me daba una ducha, fumaba un cigarro, y salía a la una a buscar aventuras en Manhattan.

A las nueve de la mañana del día siguiente despertaba, solo Dios sabe cómo, listo para empezar un nuevo día.

Cuando pienso en esa época, no pienso en la bacanal de vodka & tonics, el constante tambor que agitaba la pista de baile en “Crowbar”, “Sugar Babies’ o “Pyramid”, y ni siquiera en los ojos de ese DJ en “Tunnel” que me obligaba a acarrear 12 cajas de discos antes de terminar en su departamento, de madrugada, en Alphabet City.

En lo que pienso, es en la libertad.

Durante mas de una década, nunca se me ocurrió que podía enfermarme, que quizás no tendría dinero para la renta o que debía ahorrar para mi jubilación.
La vida era un campo abierto de posibilidades, y, como Alicia, me sumergí en ese país de las maravillas que es Nueva York con el entusiasmo y despreocupación de un adolescente.

Y entonces llegó la madurez.

Soy un afortunado. Tengo alguien a mi lado que adoro y que me adora. Vivo en un lugar hermoso y cómodo. Tengo amigos, a mis padres, mi hermana, mis sobrinos y mis gatos. Y aun así, de vez en cuando, sueño con un par de ojos claros que no prometen nada mas que irresponsabilidad, juventud y diversión.

Friday, August 24, 2007

The Perfect Mrs. X



“Tu problema”, me dijo una vez un terapeuta, “es que esperas demasiado de la vida. Esa es la receta perfecta para una existencia llena de desilusiones”.

Dicho esto, me dio un abrazo, un beso y terminó la relación de dos años que llevábamos.

Me quedé sin novio, sin terapeuta y con una extraña sensación de culpabilidad. El que no supiera aceptar sus infidelidades ni sus rabietas era una muestra clara de que era yo el que había puesto, equivocadamente, la vara demasiado alta en nuestro romance.

Con el tiempo y los años aprendí mi lección.
Ahora no espero llamados en mi cumpleaños ni una fiesta memorable para el año nuevo. No espero que nadie me felicite por un trabajo bien hecho, ni aumentos de sueldo, cartas románticas o préstamos sin interés.
Ni siquiera espero que mis gatos se lancen a abrazarme solo porque soy yo el que los alimenta con comida orgánica “grado humano” de “Wellness”, a $1.25 el tarro.

Pero si hay algo en lo que no he aprendido a transar, es en esas elegantes comedias de Hollywood.

Me bastó leer, por ejemplo, que Meryl Streep había aceptado el papel de Miranda Priestley en “The Devil Wears Prada” para que la ansiedad comenzara a corroerme de inmediato. La urgencia de ver esa película se hizo por momentos casi insoportable, y solo fue aliviada cuando, gracias Dios y a 20th Century Fox, fui invitado al screening de prensa dos semanas antes de que el Diablo llegara a los cines.

En esa ocasión, todas mis expectativas fueron cumplidas.
Meryl fue el mejor demonio que pude haber imaginado.

“That’s all”.

Cuando hace unos meses me enteré que estaban filmando “The Nanny Diaries”, volví a sentir una sensación parecida.

Aunque el libro no me pareció especialmente fascinante, mi corazón es débil cuando la historia trata de dos enemigas luchando en las trincheras de Park Avenue y la calle 72. ¿Qué importa un cliché mas, cuando la villana está vestida en Oscar de la Renta? ¿El final es predecible? Bueno, lo mismo podría decirse de ‘Ana Karenina”, “El Gran Gatsby” o cualquier cuento de Dickens.

En historias como “The Nanny Diaries” o “The Devil Wears Prada”, mis simpatías nunca están del lado de la heroína.
Son las malas, no las buenas, las que me conmueven. Y fue así desde que vi mi primera teleserie venezolana a los siete u ocho años, sentado a dos centímetros de mi televisor.

Es una deficiencia hereditaria, supongo, y sin antídotos.

Cuando supe que el papel de la malvada en “The Nanny Diaries”- Mrs. X- había terminado en manos de Laura Linney sentí la misma sensación que me produce un Vodka & Tonic demasiado aguado: rabia, tristeza, y ese inconsolable dolor de saber que una magnifica oportunidad ha sido perdida.

Laura Linney es una estupenda actriz, sin duda, pero sus mejores papeles – “The Squid and the Whale”, “You Can Count on Me”, “Kinsey”- son los de la mujer sufrida que debe conformarse con las circunstancias que le tocó vivir y seguir adelante, aunque sea cojeando, vestida en algun modelito de Laura Ashley de segunda mano.

¿Qué puede saber Laura- pensé- sobre una mujer que obliga a su hijo a celebrar su séptimo cumpleaños en francés y que llora porque sus Manolo Blahnik no están correctamente organizados por color en su walking closet?

“The Nanny Diaries” es una terrible película, créanme. Scarlett Johansson, como la nanny, tiene el encanto de una máquina lavadora en “spin mode” y ni siquiera el penthouse de Mrs. X y su familia es TAN espectacular.

Pero Laura Linney…

Cuando aparece por primera vez en la pantalla- en un abrigo de pitón de Dior y lentes oscuros en medio de Central Park- uno espera que la cámara sea compasiva con la audiencia y no la abandone nunca mas.

Desde el perfecto rubio conseguido a $500 dólares en el salón de Frederick Fekkai hasta la punta de sus Christian Louboutins, Laura es la perfecta socialite (of a certain age) del Upper East Side.
Nina Griscom, Joanne de Guardiola y Cece Kieselstein-Cord deberían demandarla por derecho de autor, porque todo, desde la fotogénica y falsa sonrisa hasta la cartera de cocodrilo colgada del hombro como una metralleta, parece haber sido robado del repertorio de esas reinas de Madison Avenue.

La neurosis de la perfección es tan palpable en Laura, que es imposible no rogar que las peonias estén frescas en el “drawing room” y las sábanas bien planchadas en su dormitorio, porque, de otro modo, esta mujer puede tener un ataque de pánico ahí mismo, frente a nuestros encandilados ojos.

Su desesperada lucha para mantener en medio del caos el mundo que conoce y que controla es conmovedor

He visto, y en ocasiones conocido, mujeres como Mrs. X. Mujeres que viven un mundo pequeño y perfumado, con cojines de seda perfectamente inflados sobre su cama, un perro que recibe mas atenciones que sus niños, y que pueden pasar días y meses planeando una comida. Vaya al segundo piso de Bergdorf Goodman- o, mejor aun, al restaurant de esa exclusiva tienda- y ahí las verá, meditando concentradas frente al menú, como si decidir entre la “Lobster Salad’ o la “Club Salad” fuera asunto de vida o muerte.

Y por lo mismo, porque para el resto de nosotros ese universo parece tan distante y ridículo, es fácil reírse de ellas.

Pero cada uno tiene su afán. Y yo, que soy incapaz de mantener un closet en orden o poner dos flores en un florero, me saco el sombrero- si lo tuviera- frente a aquellas que viven condenadas a crear un mundo perfecto.

Si en un principio pensé que Susan Sarandon, Nicole Kidman o Catherine Zeta- Jones habrían sido mas adecuadas para el papel de Mrs. X, ahora me muerdo la lengua

Perdón, Ms. Laura Linney. You are the perfect Mrs. X.

Wednesday, August 22, 2007

A black, sad, chic day




Solo Dios sabe cuando la muerte tocará mi puerta. Pero para cuando ese momento llegue, quiero estar preparado.

Ha llegado la hora de planear mi funeral.

Lo primero es elegir el sitio adecuado. Y, considerando los veinte cigarrillos que fumo al día y los dos martinis antes de comida todas las noches, he llegado a la conclusión que el estadio Olímpico de Beijing, diseñado por Herzog & De Meuron, está fuera de discusión.

No estará listo hasta el 2008. Sorry, too late.

Mi plan B tiene contemplados la basílica de San Pedro en El Vaticano, el Taj Majhal en India, y “The Box” en el Lower East Side de Nueva York, un club pequeño, privado, pero que reúne los dos requisitos básicos para mi funeral: una sección VIP y un sexy portero.

Dependiendo del presupuesto, me gustaría que el lugar fuera decorado, en orden descendente, por:

1-Jean Paul Goude
2- Hedi Slimani
3- Grace Coddington
4- Julian Schnabel

El ambiente del “memorial”, que debe reflejar la estética de mi vida, será un homenaje al “middle class chic circa 1983”, con sillas “mid-century” de Michael Graves mezcladas con calas y claveles en floreros “faux-baccarat” y televisores “Sony Trinitron” repartidos por todas partes que transmitirán durante todo el sepelio imágenes de mi existencia.

Como en los Oscar, los invitados al funeral tendrán un estricto orden de llegada a la Black Carpet.

Mis ex compañeros de colegio, mi contador y mi profesora de acordeón llegarán primero, ocupando los últimos sitios en el “seat assigment”.
Luego vendrán mis compañeros de trabajo, editores y familiares distantes, que llevarán en sus cuellos una credencial clase B en amarillo- restricted access- , y que tendrán que firmar, 48 horas antes, un contrato de confidencialidad que les impedirá hablar sobre el evento con la prensa. (Nota to Security: mi tía Nena está incluida en esta lista).

Inmediatamente después- solo diez minutos antes de que todas las campanas de la ciudad elegida comiencen a sonar- entrarán las celebridades.
Mis queridos amigos que algo de fama tienen tendrán que abrirse paso por una larga lista de “guest stars” que incluirá- presupuesto mediante- a Gonzalo Valenzuela y Juanita Viale, Benjamín Vicuña y Pampita, el ministro Andrés Velasco y Consuelo Saavedra, y Celine Reymond.
Si el 5 resulta ser el numero de suerte esta semana en la loteria de Nueva York, preparen sus camaras para Posh & Becks.

Finalmente aparecerá mi familia, toda vestida- gracias a un canje de COSAS- con trajes de Thom Browne para ellos y severos vestidos negros de Balenciaga (by Nicolas Ghesquiere) para ellas.

De acuerdo a conversaciones con mi florista, si nos desprendemos de 10,000 claveles, quizás, y solo quizás, podríamos costear a Cecilia Bolocco para que haga la eulogia.

¿No seria maravilloso escucharla decir… “Sin lugar a dudas, su presencia en este mundo no pasó inadvertida. Más aún... hoy su ausencia todavía nos llama”?

La música, como cualquiera que haya visto una película de Taylor Hackford o Merchant Ivory sabe, es fundamental en un funeral. Y el mío, no señor, no va a defraudar a nadie en esas aguas.

Aunque en un principio sentí que “I Will Survive” de Gloria Gaynor seria el soundtrack ideal para la homilía, mi sacerdote y mi encargado de relaciones públicas me han convencido de que una canción sobre la supervivencia no es la mas adecuada para un funeral.
En cambio, hemos decidido que Mahler o Bach serian perfectos para cuando una docena de modelos Abercrombie & Fitch entren acarreando mi ataúd de caoba por la nave central del templo.

Será un momento solemne y glamoroso, coronado por la prédica de Monseñor Goerg Gänswein, el atractivo secretario privado del Papa Benedicto XVI que hace algún tiempo sirvió como inspiración para la colección masculina de Donatella Versace, y que, en esta ocasión, dedicará sus comprensivas palabras hacia aquellos que, como el Papa y yo, supieron apreciar la belleza de Prada.

No quiero ser enterrado. Quiero ser incinerado. Y si es posible, me gustaría que mis huesos se convirtieran en cenizas en la chimenea del cuarto piso de la mansión de Ralph Lauren en Madison Avenue y la calle 72.
Todo el lugar huele a gardenias, y hay millones de cojines en cashsmere y chinchilla donde un fantasma flojo y dormilón, como yo, podría pasar una eternidad.

El resto será repartido- de acuerdo a las instrucciones que le di a mi abogado- en Londres, Tokio, Paris, Santiago y St. Barts.

Y si alguna vez siente un suspiro en su oreja mientras abre la puerta de su suite en el Ritz, no se asuste. Soy yo.

Friday, August 17, 2007

Barneys New York



(Publicada originalmente en www.mylifeintheftrain.blogspot.com)

Años atrás, cuando recién me mudé a Manhattan, conseguí un trabajo como “sales associate” en el apenas inaugurado Barneys New York en Madison Avenue.
No era un trabajo. Era un sueño hecho realidad.
“Tienes tanta suerte”, me dijeron un par de amigas periodistas cuando vieron la enorme sonrisa que tenia en mi cara cuando les di la noticia, “!Quedas contento con cualquier trabajo!”.

¡Cualquier trabajo!

Yo también era periodista, es cierto, pero desde que vine a Nueva York por primera vez de vacaciones, a mediados de los 80’s, mi única ambición era ser uno de esos vendedores en “Rue du Rèves”, “Parachute” o “Comme des Garçons, las super chic tiendas del entonces bohemio SoHo. Altos y delgados, parecían magnificas criaturas flotando entre colgadores y colgadores de bellísima ropa negra con etiquetas europeas o japonesas, los habitantes de un universo de sofisticada perfección.

Ahora, pensé, era uno de ellos.

El nuevo Barneys fue creado como una catedral de la moda por Gene Pressman, heredero del negocio familiar, y Peter Marino, su arquitecto. De los pisos de mármol a los acuarios llenos de peces exóticos en el quinto piso, la tienda parecía el set perfecto para la extravagante bonanza económica de los 90’s, el campo de "shopping" favorito de las hermanas Miller y una generación completa de estrellas de Hollywood.

La inauguración de la tienda ocupó la portada de New York Magazine y The New York Times.

Despues de una entrevista con tres managers, quedé asignado al tercer piso en el departamento femenino, también conocido como “Avant Garde Designers”. Nuestra tarea, como vendedores, era convencer a nuestras clientas que una falda de Dolce de $800 o un vestido de Aläia de $1,600 eran, básicamente, una buena inversión.

Mi primera cliente fue Farrah Fawcett.

Déjenme contarles un poco sobre mi.
Crecí en una familia de clase media en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet. No teníamos libertad, pero teníamos “Charlie’s Angels”.

Volvamos a Farrah.

Llegó con su esperada cara de desorientación. Llevaba puesta el tipo de ropa que las chilenas usan cuando están cuidado a sus niños en la casa, un enorme polerón sobre una gigantesca pollera gitana acompañada de simples zapatillas. Sin joyas.
Su pelo- su célebre pelo- tenía ese reconocible corte y teñido “strawberry blond” que había visto tantas veces en las historias de “What was she thinking?” de los tabloides.

-Necesito algo de ropa- me dijo- ¿Puede ayudarme?

Por supuesto que podía ayudarla- pensé, saboreando desde ya mi cheque de comisión.

Aunque no estaba en el mejor de sus días, Farrah resultó ser una cliente exigente. Nada satisfizo sus altos estándares. ¿Un top de Miyake? Demasiado revelador. ¿Una falda de Donna Karan? Demasiado apretada. Una chaqueta de Viviente Westwood?... ¿Está loco?
Se probó todo lo que había en mi sección. Y también se probó todo lo que en encontré en el tercer, quinto y sexto piso, pero no importó si se trataba de un perfecto traje de Jil Sander o un jean de Diesel, nada iluminó la ampolleta del estilo de Farrah.

Finalmente, después de tres horas de “Hmm, It’s not really me”, llegó a la conclusión de que necesitaba consultarlo con su mamá.

Si, su mamá.

“Vuelvo en un par de horas. Mi mamá necesita ver estas cosas”, me dijo mientras me entregaba una tonelada de ropa, “Por favor guárdelas para mi”.

Estoy seguro que todavía están colgando en el “celebrity closet” de Barneys.

Trabaje ahí durante tres años. Le vendí un traje de Vivienne Westwood a Madonna y un abrigo de cuero de Martin Margiela a Diane Keaton. Sostuve un cenicero para Farah Dibah- la única persona que vi fumar en la tienda en todo ese tiempo- y ayudé a Eva Herzigova a cerrar su “brassiere”.
Liz Hurley y Hugh Grant llegaron a Barneys para recibir su dosis de Aläia y, mientras Liz se probaba unos sexies modelos, Hugh se quedó dormido en una silla con su gorro de béisbol sobre los ojos.

Gwyneth y Brad, Tom y Nicole, e incluso O.J. Simpson y Nicole Brown aparecieron en Barneys tomados de la mano y besándose tiernamente. Y si usted hubiera podido verlos juntos discutiendo el arco de una sandalia de Manolo Blahnik o las ventajas de una chaqueta cruzada de Armani, habría pensado que, de verdad, el amor existe.

“No hagan un alboroto con las celebridades”, nos habían advertido los supervisores durante nuestro entrenamiento como vendedores, “Trátenlos bien, como a cualquier cliente”.

Vaya usted y trate de hacer eso mientras ayuda a Meg Ryan a probarse un jumper de Yoshi Yamamoto.

Meg, en la cúspide de los gloriosos días de “You’ve Got Mail”, era una de esas celebridades que prefieren no ser molestadas. Llegaba a Barneys escondida bajo su melena rubia y unos pequeñísimos lentes de sol, elegía un par de prendas, se las probaba, pagaba por ellas, y se iba sin decir una palabra. Ni una.

“Us Weekly” tiene razón cuando dice que las estrellas son como nosotros.
Ellas también compran un vestido de $2,500 de Vera Wang, lo lucen en alguna fiesta o premiere, se fotografían con él, y lo devuelven al día siguiente todavía oliendo a perfume y champagne.
También, como nosotros, se quejan de lo aburrida que es su vida. “Me encanta este vestido”, dijo una vez Daryl Hannah mientras admiraba un modelo negro y largo de Aläia, “ ¿Pero dónde voy a usarlo?”.
Y, por supuesto, también detestan pagar precios altos. “ ¿Cuánto cuesta esa pulsera de Hermès? ¿$12,0000? Jamás pagaría una suma como esa…”, se quejó una vez Bette Midler.

Todo el asunto era muy “Upstairs, Downstairs”. Uno bajaba al subterráneo, almorzaba en una habitación oscura y sin ventanas conocida como “la cafetería”- ¡Qué celosos estábamos del ‘employee lounge’ de Bergdorf Goodman, con sus increíbles vistas del Central Park!- fumaba un cigarro, alegaba por el precio del arriendo, y regresaba arriba a vender una bufanda de seda de Dries Van Noten de $750.

Inspirados por el descuidado consumo de sus clientes- y aprovechando un conveniente descuento para empleados- los vendedores de Barneys se vestían cada día como si fueran camino a la primera fila de un desfile en Fashion Week.
La mayor parte de lo que se ganaba en Barneys se gastaba en Barneys, y no era raro ver a fabulosas vendedoras en el departamento de zapatos o lingerie, vestidas en Michael Kors de pies a cabeza, buscando desesperadas un par monedas en sus billeteras para pagar el metro.

¡Pero qué importaba! Uno siempre puede caminar a su casa.

La gente dice que los vendedores de Barneys son pesados, fríos y snob. Y, a veces, lo son.
Pero trabajando ahí, es fácil darse cuenta que esto no se debe a un síndrome de alta moda, sino a un puro, simple y claro aburrimiento.
Trate de pasar ocho horas de pie en un día de verano en Barneys, rodeado de ropa en descuento y sin un cliente a la vista- o, peor aun, solo con clientes que buscan lo último del “sale’- y vea como su espíritu y buen humor comienzan rápidamente a derrumbarse.

Usted también ladraría.

Por otra parte, la relación con los clientes a veces se hacía demasiado amistosa. Como cuando la “especialista” en Donna Karan recibió flores y una invitación a salir de parte de una conocida cantante lesbiana (las flores fueron aceptadas. La invitación no). O cuando un entusiasta vendedor del departamento de hombres decidió extender nuestra política de “customer service” a la romántica intimidad del probador.
Sus ventas eran enormes, pero igual fue despedido.

Después de tres años, la magia y fantasía de Madison Avenue comenzó a perder su encanto y renuncié. Mi manager me ofreció un puesto “part time”, dos días a la semana a cargo de la boutique de Hermès en el tercer piso.

Acepté.

Si “Avant Garde Designers” era un mundo extraño, la boutique de Hermès era una lujosa y extravagante casa de locos.

La madura señora a cargo- a la que debía reemplazar en sus días de salida- era un dulce y suave tiburón que protegía su territorio con la ferocidad de un patrulla fronterizo.
Tenia la costumbre de esconder la mercancía mas cara- las carteras Birkin en cocodrilo de $17,000, las escasas bufandas “Butterfly”- en los lugares mas inesperados, rogando que yo no la vendiera y que los clientes interesados regresaran cuando ella estuviera ahí.
Mi primera tarea por la mañana era revisar detrás de las cortinas y debajo de los basureros a ver si encontraba mercancía disponible.

Las Hermèshólicas llamaban desde Hong Kong o Amman buscando la cartera Kelly de trece centímetros en cuero de cerdo en “baby blue”, y yo- desesperado por una venta en un sitio donde las ventas no abundaban- prometía devolverles el llamado en cuanto encontrara una huincha de medir.
Esta gente sabia de qué estaba hablando y era difícil seguirles el paso.

Un día, mientras hablaba por teléfono con un amigo – eso es lo que hacia la mayor parte del tiempo; largas, relajadas conversaciones telefónicas con amigos- vi a Faye Dunaway salir del ascensor y dirigirse directamente hacia mi.

“Tengo que cortar. Faye Dunaway viene en camino”- le dije a mi amigo.

Faye, obviamente, estaba en su día de descanso.
Llevaba puestos un par de pantalones que parecían de pijama. Y una polera. Y el pañuelo en su cabeza no era suficientemente grande como para ocultar los tubos en su pelo.

-No tengo mucho tiempo- informó- necesito la bufanda “Circus” en café y amarillo.

Algo que usted debe saber si algún día se encuentra detrás de un mostrador en Hermès, es que, mas menos, hay aproximadamente 300 estilos diferentes en su bandeja de bufandas.

No tenia la menor idea a que se refería Faye.

Saqué la bandeja y comencé a extender bufandas. Apareció la bufanda “Music”, la bufanda “Vintage Cars”, la bufanda “Greek Mythology”, la bufanda “Exotic Birds”, y cada una de ellas venia en diferentes colores.

Faye comenzó a golpear sus dedos sobre el mostrador de cristal.

-¿Y?

La idea de que estaba haciendo perder el tiempo a la ganadora del Oscar que convirtió el incesto en una leyenda en Hollywood era insoportable.

-No la encuentro- dije aterrado.

-Bueno, ¿Está o NO a cargo de este lugar?- preguntó impaciente.

-Déme un minuto.

Las bufandas siguieron apareciendo: “Explorers of the World”, “Legends of Hollywood”, “Paris Belle Epoque”, “Tigers and Lions”, pero nada que tuviera siquiera un lejano parecido al “Circus” que buscaba.

Para cuando terminé de revisar las bufandas, Faye ya había partido. Seguramente a juzgar a las concursantes de “The Starlet”, el “reality show” donde la vi poco después.

Barneys todavía es mi tienda favorita en Nueva York.
A veces, cuando estoy ahí, reconozco alguna cara familiar. Nos saludamos a lo lejos con un movimiento de cabeza, un signo de complicidad por los viejos tiempos que nos tocó vivir.
Pero en su mayoría, el lugar está lleno de nuevos vendedores. Gente joven, bonita y delgada con tatoos y piercings. Gente que gasta $300 en un corte de pelo y $10 en su comida, que lava a mano sus poleras de $150, que vive en un departamento compartido en Bushwick, y que ayuda a crear esa fantasía neoyorquina de que, sin importar las circunstancias, nada le hará mejor a su vida que una tarde en Barneys.

Thursday, August 9, 2007

Divina, Demente, Diana



Sin ánimo de ser irrespetuoso, y con ocasión del décimo aniversario de su muerte, he decidido que es el momento adecuado para celebrar la magnífica locura de la desaparecida Princesa Diana de Gales.

Como prueban desde Enrique VIII a Isabella Blow, Inglaterra no es un país que haya sufrido jamás escasez de patologías mentales, pero Diana, con su rampante bipolaridad, sus tendencias suicidas, su descarada vanidad y su insufrible necesidad de atención, dejó, sin dudas, la vara alta para las próximas generaciones.

Los signos de cables sueltos son abundantes.

Una mujer cuerda jamás criticaría a su suegra en público, si la suegra es la Reina de Inglaterra.
Una mujer cuerda lanzaría a su marido escaleras abajo para llamar su atención, no se lanzaría ella, como hizo la princesa con tres meses de embarazo.
Y cualquier mujer cuerda, seamos honestos, preferiría cerrar sus ojos y aguantar el trago amargo de una infidelidad antes de perder una corona. Ahí esta Hillary, todavía haciendo gárgaras con agua de mentas, pero a solo dos pasos del Salón Oval.

Pero Diana no es Hillary. No señor.

Con la misma convicción de esas mujeres que anuncian la segunda llegada del Salvador mientras arreglan el macetero que llevan en la cabeza y pintan con lipstick los labios del gato callejero que las acompaña, Diana se lanzó a las calles a anunciar sus tragedias conyugales sin detenerse un minuto a pensar qué estaba haciendo. “!Mi reino por una portada!” aulló, y los editores de Fleet Street aullaron de vuelta, todos enamorados como coyotes a medianoche.

El de la princesa y la prensa fue un amor profundo, genuino y de largo plazo; Orpheus y Euryrice de fines del siglo veinte, ella descendiendo a ese infierno que es la portada de “The Sun” y ellos siguiéndole sus pasos sin liras, pero con las manos llenas de cámaras.

Un amor real. Un amor de locos.

No tengo un doctorado en psiquiatría de la Universidad de Heilderberg, pero el best seller de Tina Brown, “The Diana Chronicles”, parece confirmar mi diagnóstico de que la princesa estaba total e irremediablemente cu-cú.

Entre otras cosas, Tina cuenta que la princesa, enamorada del doctor pakistaní Hasnat Khan, hizo todo lo posible para adaptarse a las costumbres de una esposa musulmana. Mientras Hasnat pasaba las tardes de sábado frente al televisor viendo partidos de fútbol y tomando cerveza, Diana, la Princesa de Pueblo, la madre del futuro Rey, la musa de Versace, pasaba la aspiradora, hacia la cama y limpiaba los platos mientras entonaba la melodía de “Crazy for You”. Lejos de lamentarse de su aburrido romance, Diana, poniendo una guinda en la torta de su demencia, le decía a sus amigas : “Finalmente he encontrado mi paz”.

Llámenme frívolo, pero todo el asunto me huele a Open Door.

Es triste pensar que la temprana muerte de Diana nos privó de las enormes posibilidades que una mujer enajenada y famosa puede ofrecer. ¡Cuantos disparates no cumplidos! Cuantos chascarros que nunca llegarán a You Tube.

Siempre he tenido debilidad por los modelitos imperfectos del Diseño Inteligente, y solo pensar en una Diana envejecida, de ojos saltones y risa histérica, sentada-¿atada?- en una silla de Westminster durante la coronación de William, entibia mi corazón.
“Ya mi Princesa, cómase su papita”, le diría fiel y compasivo su mayordomo, Paul Burell, sentado a su lado en la Catedral mientras- dando un guiño cómplice a Carlos y Camilla- le embute un puré de manzanas aliñado con 10 miligramos de Xanax y 5 de Valium en la boca.

Pero Diana ya no está con nosotros sino en los cielos, saltando de nube en nube con ángeles y querubines, poniendo flores en su pelo, posando para cámaras inexistentes y contestado preguntas que nadie ha hecho.

“God, I’m ready for my close up!”

Friday, August 3, 2007

The Main (Literary) Event


Ahora que después de largas semanas de trabajo finalmente terminé la tercera página de mi próxima novela, ha llegado el momento mas importante del proceso creativo para cualquier escritor: planear el lanzamiento y estrategia de marketing.

Es importante crear “hype” y expectación meses antes de la publicación, me dice mi publicista, y por lo mismo hemos decidido crear un sitio en MySpace donde, como ha hecho con tanta inteligencia Pablo Illanes en losamantescanibales.blogspot.com, podré compartir con mis potenciales lectores las fuentes de inspiración que nutren mi nueva obra.
Ahí podré comentar sobre las películas de mi vida, parafraseando a Alberto Fuguet, y explicar como “The Women”, “Pretty Woman’, “My Fair Lady’, “Four Weddings and a Funeral” y “My Best Friend’s Wedding” han servido como inagotable pozo de ideas para mi novela.
Considerando el éxito de Pablo y que, según me dicen, la violencia esta de moda en la televisión chilena, he decidido que uno de los personajes- una top model checa que sueña con encontrar al príncipe azul en Manhattan- será también una caníbal.
Eso le da un cierto “je ne se qua” peligroso a mi romantic comedy.

Siguiendo lo pasos de J.K. Rowling- una escritora que definitivamente merece que sus pasos sean seguidos- he llegado a la conclusión de que el príncipe azul debe ser azul. Un mutante (nice tie-in with X-Man) con superpoderes, posiblemente interpretado en la versión cinematográfica de mi libro por Matthew Goode, también conocido como “the new Hugh Grant”.
El mutante asiste a una escuela de mutantes en un mundo mágico y extraordinario, no muy distinto al Hogwarts School of Witchcraft and Wizardry de Harry Potter, donde debe aprender los secretos de cómo sobrevivir en el Manhattan del siglo 21 sin que su secreto sea descubierto, cosa nada de fácil si uno es azul.

Ya solucionaré ese problema en los próximos capítulos.

Incorporar lo “increíble” en mi novela, me advierte mi publicista, abre un enorme campo de posibilidades, incluyendo personajes que lucirían estupendamente en cajas de McDonalds y- knock, knock, golpeo madera- una película dirigida por Alfonso Cuarón.

Igual como sucedió con “Snakes in a Plane”, mi sitio en MySpace me permite descubrir que desean mis potenciales lectores antes de finalizar mi producto- el término profesionalmente aceptable para un libro en el mercado editorial- e ir adaptándome sus requerimientos. Eso, aparte de asegurar un mínimo de ventas, me da ciertas luces sobre hacia dónde debo seguir con la historia, qué tipo de portada seria mas comercialmente atractiva y qué personajes deben ser devorados por la top model checa caníbal porque, simplemente, no ‘conectan” con el mercado.

Es un ahorro considerable de genio y energía.

Creo que también es el momento de comenzar a planear entrevistas con la prensa, y, al menos en Chile, mi primer objetivo es ser entrevistado, obviamente, en la revista de Libros de El Mercurio.

Igual que Pablo Simonetti esta semana, podría enfrentarme a las preguntas de Maria Teresa Cárdenas bajo un titulo irresistiblemente seductor. Pablo apareció con “El ego es un animal voraz e insaciable’. Yo sugeriría, para mi propia entrevista, “El sexo es un animal voraz e insaciable”, porque, como cualquier periodista de El Mercurio sabrá, el sexo vende.
He estado practicando, pero mi propio discurso no resulta tan elocuente como el de Pablo, así que he decidido pedir prestadas algunas de sus frases y expresiones para promocionar mi propio libro. Así, hablaré de la “matriz sicológica” de mis personajes (eso ocuparía dos revistas completas cuando se trata de una modelo caníbal y un príncipe mutante), de cómo la historia “comanda el registro” de mis protagonistas, y de la “falacia formal” que es la estructura lineal en una novela.
Así como Pablo dice que le gustaría ser el hijo literario de Sommerset Maugham, Graham Greene y E. M. Forster, yo diría que me gustaría ser el hijo adoptivo de Jackie Collins y Danielle Steele.

El lanzamiento del libro, me sugiere mi publicista, debería estar marcado por una serie de lecturas y presentaciones personales en diversas librerías importantes alrededor del mundo. En Estados Unidos, Barnes & Noble y Wal- Mart (¿quién habría pensando que uno puede comprar papel comfort y Jane Austen en el mismo sitio?).
En Chile, obviamente, seria en la Feria Chilena del Libro de El Golf. Para atraer a la prensa, hemos concluido, seria bueno involucrar celebridades locales que leyeran pasajes del libro y posaran conmigo para las fotos de vida social.
Ya estamos en conversaciones con Rocío Marengo y el Ministro de Hacienda Andrés Velasco.

No olvide reservar su ejemplar de “La Top Model Checa Canibal y su Príncipe Azul” (Working Title) en las mejores librerías del país.