Wednesday, December 31, 2008

¿Happy New Year?



Detesto el año nuevo.

Trato de recordar lo mas importante del año y lo único que se me viene a la cabeza es ese horrible grafico económico que publicó hace poco mas de un mes “The New York Times”, una línea roja mirando al sur, cayendo en picada hasta hundirse en las oscuras profundidades de Diciembre.

Pero entonces pienso en Obama y mi ánimo mejora. Y mas feliz me pone la seguridad de que en el futuro no tendré que someterme a la tortura de escuchar la voz achatarrada del Presidente Bush en la televisión, ese constante rumeo de ideas sin sentido que tan lejos están de justificar los horrores que hemos vivido en los últimos ocho años.

Pienso en Sarah Palin y Tina Fey, en Hillary Clinton y sus “pantsuits”, en McCain y su traición a cualquiera que alguna vez pudiera haber pensado que era un hombre moderado e independiente.

Pienso en Brad y Angelina, en su castillo en Francia, en sus nuevos mellizos y de ahí, casi sin quererlo, pienso en Jennifer Aniston y su desnudo en “GQ”. Esa portada me pareció en un error, pero después de los millones que a pesar de las pésimas criticas ha ganado su nueva película, “Marley & Me”, pienso que el errado era yo.

¿Qué se yo de estas cosas? Poco y nada.

Anoche vi “Kennedy Center Honors”, un tributo que el Kennedy Center de Washington hace todos los años a personalidades de la cultura y el espectáculo.

Barbra Streisand fue una de las homenajeadas.

Ahí estaba, una señora envejecida, algo frágil, con el perfecto pelo liso y rubio y las uñas inmaculadas, observando algo incómoda desde un balcón como estrellas casi cuarenta años mas jóvenes que ella repetían sus canciones.

El show incluyó un montaje de clips y fotografías de su carrera, y, como siempre ocurre con esos montajes, sentí que me llenaba de nostalgia.

¿Qué pasó con Barbra? ¿Qué paso con esa cara divertida y desafiante? ¿Dónde esta esa voz? ¿Esa energía?

Glenn Close, una de las presentadoras, sonrió desde el escenario hacia donde estaba la Streisand y dijo, optimista, que se sentía “segura de que lo mejor de Barbra estaba todavía por venir”.

Sorry, pero tengo mis dudas.

Nada me pone mas triste que el paso del tiempo, ese ladrón sin corazón.

Hace muchos años, cuando todavía estaba en la universidad y viviendo con mis padres, fui a despedirme, como todas las mañanas, de mi tía bisabuela que vivía con nosotros.

La encontré con la cabeza hundida en la almohada, llorando.

¿Qué pasó?- le pregunté.
“Me quiero morir”, me dijo, “He vivido demasiado. 83 años son mucho tiempo, estoy tan cansada”.

Al lado de su cama había una foto que la mostraba, vestida de arlequín, celebrando la Fiesta de la Primavera de 1926.

Todos los años nuevos pienso en ella.

He tenido años nuevos felices, como ese que pasé con un novio sexy y desalmado al lado de la chimenea, champagne en mano, en un departamento subterráneo en la calle 86.
El año nuevo de 1990 lo pasé en Paris; y esperé la llegada de 1999 al borde del Gran Canal en Venecia, debajo de una lluvia de fuegos artificiales.
El año nuevo del 2000 me preparé para las tragedias del Y2K en un departamento prestado en la calle 57, solo, fumando un cigarrillo detrás de otro, pensando en un futuro que a todas luces se veía incierto y pesimista y que, sin embargo, resultó ser maravilloso.

Esta noche Mr. D y yo nos vamos a la casa de unos amigos en Ossining, un suburbio a una hora al norte de Nueva York. Las noticias anunciaron cerca de diez grados bajo cero y un millón de valientes esperando el tres, dos, uno, ¡!!”Happy New Year!! en Times Square.

Es como pasar el año nuevo encerrado en el freezer.

No sabia qué foto poner con este post, hasta que, revisando el sitio de “Vanity Fair”, me encontré con esta de Carla Bruni tomada hace unos meses en Francia por Annie Leibovitz.
Si alguien puede despertar cierta esperanza para el 2009, es Carla; una mujer que a los 41 años, cuando ya parecía que era imposible encontrar mas aventuras por vivir, dio vuelta la página y se encontró, para sorpresa de todos, sobre los techos de Paris.

Happy New Year.

Sunday, December 28, 2008

The Gentleman & The Pope


“Medio en Silencio” pide perdón a sus lectores por la demora, pero las fiestas de fin año, los insuperables “sales” en Barneys y J.Crew, y la tensión bélica entre India y Pakistán han mantenido nuestra atención desviada por unos días.

Pero aquí estamos, de vuelta.

Antes de referirnos a la estrella de este post, Bill Blass, debemos dedicar un párrafo al Santo Padre, Benedicto Ratiznger, líder espiritual del mundo católico y gran benefactor de los zapatos Prada que, con la siempre oportuna ayuda de su secretario personal, también conocido como el “George Clooney” de El Vaticano, decidió celebrar la Navidad dando un mensaje de amor, reconciliación y hermandad.

Vamos al grano.

El Papa ama la humanidad, dijo, siempre y cuando se trate de la humanidad heterosexual. A los gays hay que enfrentarlos como una amenaza, algo similar a la destrucción de la Rainforest, aseguró.

A los ojos del Santo Padre, yo, como hombre gay, ( y quizás a usted) estoy por sobre terroristas y narcotraficantes, la mafia, los truhanes de Wall Street, la pobreza, el Sida y los neonazis como la amenaza mas urgente que enfrenta el planeta.

Who knew?

Eso, sumado a dos noticias que leí esta semana- la primera sobre una lesbiana que fue violada insistentemente por cuatro tipos que gritaban consignas anti-gay durante el ataque, y la segunda, en el New York Times de ayer, sobre grupos musulmanes en Sarajevo que gritan “!!Maten a los gays!!” por las calles de la ciudad, pusieron mi ánimo en un estado algo depresivo.

Y entonces me enteré que Bill Blass, la mas americana de las marcas, cerraba definitivamente sus puertas.

Oh, God.

Una cosa no puede compararse con la otra, dirá usted. Y tiene toda la razón.

El cierre de Bill Blass merece muchas mas lágrimas que los gritos histéricos de algún fanático religioso como Mr. Ratzinger o el grupo Mahoma & The Killers.’

A diferencia de ellos, Blass fue un verdadero caballero que dejó como herencia no un reguero de intolerancia, sangre y odio, sino de belleza y gentileza envuelta en chiffón y seda.

A principios de los noventa entrevisté a Blass en su oficina de la Séptima Avenida.

Un día tomé el teléfono, busqué su número, lo llamé, él contestó el llamado y me citó esa misma tarde a las cuatro.

Hoy día, cuando ningún entrevistado abre la boca si no tiene un nuevo producto para promocionar, y cuando para llegar a cualquier personaje es necesario cruzar una montaña de emails y un ejército de relacionadores públicos, un encuentro como este seria imposible.

Pero Blass era, en el mejor de los sentidos, un caballero a la antigua.

Su oficina no era tan amplia como la de Oscar de la Renta y ni tan perfectamente decorada como la de Carolina Herrera. Había fotos, bocetos, trozos de tela y papeles por todas partes, y perdidos entre todos ellos uno o dos ceniceros que ocupaba para apagar el tren de puros que consumía todo el día.

No recuerdo nuestra conversación en forma exacta, pero sí recuerdo sus ojos intensamente azules y el tono de “man about town” –una onza de Martíni, dos cucharadas de buenos modales, una de humor y un cascarita de ‘gossip’- que usaba para hablar.

Le pregunté cómo había sido ser diseñador de modas en una época en que la profesión estaba apenas un peldaño mas arriba de la de cocinero o chofer, y él, sonriendo, dijo que nunca hablaba de su trabajo en fiestas o comidas, ni antes ni ahora.

A Blass le gustaban los misterios.

Me dijo que había comenzado a diseñar desde muy joven, cuando apenas se empinaba a la adolescencia en Fort Wayne, Indiana, donde creció. “No había nada mas que hacer”, aseguró, “y el aburrimiento es una estupendo estímulo para la creatividad”.

En su autobiografía, publicada poco después de su muerte el 2002, cuanta cómo, inspirado en las peliculas de Hollywood y las revistas de moda, pasaba las tardes de su niñez dibujando a elegantes mujeres en Park Avenue y atractivos hombres en smoking en el Metropolitan Club.
Apenas un par de décadas después, el mismo se convirtió en una de las principales figuras del set que había imaginado, viviendo bajo las intensas luces de Manhattan, rodeado de gente hermosa, famosa o influyente, bailando un día con Brooke Astor y al siguiente con Nan Kempner, compartiendo un scotch con Henry Kissinger y una tarde de velero con William F. Buckley y su mujer, Pat, en la bahía de Westport.

Su vida pareció siempre una canción de Nöel Coward

Aunque ganó una fortuna, aunque su nombre apareció estampado en paraguas, toallas, calcetines, lentes de sol y hasta automóviles, Blass jamás hablaba de dinero. Dejaba, en cambio, que sus casas hablaran por si solas ¡Y como hablaban!
Su departamento en Manhattan y su casa en Darien, Connecticutt, fueron insistentemente publicadas como silenciosa prueba de que todos los sueños del adolescente de Indiana se habían hecho finalmente realidad.

En 1999 Blass vendió su empresa a una compañía que nunca supo manejarla y que la llevó, la semana pasada, a su cierre definitivo.

Una pena.

Pensé en Blass cuando leí las odiosas noticias de esta semana en el periódico.

Pensé que la próxima vez que el Papa o una turba enfurecida de radicales islámicos se le acerque a advertirle sobre los peligros que los gays presentan para la humanidad, usted debería sacar su chaqueta de Bill Blass del closet y, mientras admira la perfección de su corte, la suavidad de su tela y el hipnótico brillo de sus botones de metal, pensar en si este extraordinario objeto puede ser, realmente, tan peligroso.

Esa es la herencia otro hombre gay. Como el teatro de Wilde, la literatura de Capote, la musica de Bernstein, o, por supuesto, los cielos de la Capilla Sixtina.

¿Cual es la del Santo Padre?

Tuesday, December 9, 2008

WHAT A PARTY! (Art Basel Miami Beach)


Ahora, sentado frente a la ventana mirando los árboles sin hojas, el cielo blanco del invierno y sintiendo el frío colándose por las ventanas, no puedo imaginar por qué, mientras estaba de vacaciones en ese oasis verde y soleado que es Chile en Noviembre, sentía urgencia de volver a Nueva York.

Será la naturaleza humana, dirá usted.

Como sea, aquí estoy, de regreso en mi escritorio y listo para terminar otro año.

No puedo quejarme.

Entre Santiago y Brooklyn hice una corta parada en Miami para presenciar ese carnaval de ego y ambiciones mas conocido como Art Basel Miami Beach.

What a party!

Naomi Campbell, acompañada constantemente por un guardaespaldas de casi tres metros de alto, un anillo de esmeraldas con las dimensiones de una pelota de golf y su nuevo novio, un multimillonario ruso que responde al chejoviano nombre de Vladimir Doronin, fue la reina de esta versión.

Su “retrospectiva” presentada en la feria Art Photo Miami fue un éxito, si por éxito se entiende a 1,500 personas histéricas y ansiosas de ver a la modelo aunque fuera a la distancia.

Naomi, que no por nada sigue vigente a la dulce edad de 38 años, provocó comentarios en su hotel- The Setai- abrazándose, besándose y acariciándose al borde de la piscina con el ruso en cuestión en tal forma, que el resto de los pasajeros se quejó con el concierge.

Eso fue al menos lo que dijo “Page Six”.

Pero hasta aquí llegan los comidillos faranduleros, porque Art Basel Miami Beach se trata de arte,

¿No?

Porque Dios es grande, mi suerte infinita y tengo uno o dos amigos que trabajan en relaciones públicas, fui invitado a la fiesta que la revista de “estilo’ de The New York Times, “T”, organizó en el penthouse de The Raleigh hotel.

André Balazs, el dueño del hotel y ex de Uma Thurman estaba ahí, muy enfundado en un traje negro tan bien cortado que parecía armadura. También estaban Naomi, colgada del celular, y su ruso. Y Takashi Murakami que, oliendo a la distancia la posibilidad de un buen “photo-op”, apareció envuelto en una de sus esculturas “flowerball” en “plush” que dejaba sus brazos inútiles, obligando al resto de los invitados a darle, a través de una bombilla, tragos de champagne.

Murakami vende carteras como si fueran arte y arte como si fueran carteras, pero nunca muestra mas talento que cuando se trata de venderse a si mismo,

Eso nos lleva a Amanda Lepore, la transexual/ musa/ club diva favorita de David LaChapelle, que presentó en Miami su nueva “fragancia”, un perfume de edición limitada- 5,000 botellas- cada una adornada con 1,000 cristales de Swarovsky y con un precio “recession free” de $950.

Insisto. Volvamos al arte.

Pero antes de eso no puedo dejar de informar que Ivana Trump, que contrajo matrimonio en Abril pasado con el actor italiano Rossano Rubicondi, anunció su inminente divorcio.

Asi lo informó el “Art Newspaper”, que obtuvo la exclusiva mientras su reportero hacia cola en el bar durante la gala del Miami Art Museum.

Art Basel Miami Beach, por si no lo sabe, es la feria de arte mas importante de Estados Unidos y, por lo tanto, una de las mas importantes del mundo.

La muestra principal, que incluye 30 países, 200 galerías y mas de 2,000 artistas, es presentada desde hace siete años en el “Convention Center” de la ciudad, el mismo sitio que en ocasiones menos solemnes sirve para convenciones de dentistas o plomeros.

Es un gran show, que llega acompañado por al menos quince ferias alternativas repartidas por toda la ciudad. Si no camina con cuidado, lo mas probable es que tropiece sin quererlo con un gigantesco conejo de Jeff Koons.

Durante esa semana, todo el mundo en Miami tiene un aspecto chic e intelectual, como si no hubiera nadie en la ciudad que no haya estudiado arte en La Sorbonne, sea amigo de Julian (Schnabel, los apellidos no son necesarios) y se vista con Rag & Bone.

El efecto es embriagador y sutilmente sexy, como un paseo en la playa, de noche, con un artista “emergente” berlinés que responde al nombre de Hans.

Hans a secas.

Pregúntele a los veteranos de Art Basel y de respuesta obtendrá inevitablemente una queja. Le dirán que las cosas ya no son como antes, que el sitio está lleno de “party crashers” sin ningún interés en el arte, que los días en que uno podía sentarse tranquilamente, mojito en mano, a admirar las colecciones privadas de Ella Cisneros o Rosa de la Cruz ya no existen.

Esto parece un nightclub, dirán con la nariz arriscada.

Y entonces, después de llamar a algún mozo para que rellene el Mojito, se despedirán con dos besos y, con el acento lastimoso de los que tienen siempre llena la agenda, partirán a la rápida porque ya van atrasados a otra comida con Naomi y el ruso.














Fotos@Manuel Santelices