Hace unos años, caminando al final del día por Madison Avenue, ví de pronto el cielo iluminarse con varias explosiones de luz, como relámpagos, seguidas por los gritos de una mujer.
“!Un asalto!”, pensé.
Y era un asalto.
Annette Benning, la estrella de Hollywood casada con Warren Beatty, aullaba “Noooo!” en medio de la calle protegiendo a sus tres pequeños hijos del lente de un paparazzi, que, quizás sordo y mudo, seguía disparando sin dar ninguna importancia a las súplicas de su presa.
La compasión que sentí estaba dividida en partes iguales entre la privilegiada estrella que debe soportar los inconvenientes de su propia fama, y por el fotógrafo que debe perseguirla a cambio de un salario que, con suerte, le permite arrendar un departamento de un dormitorio en Queens.
Esa no fue, por supuesto, la única vez que observé a celebridades y paparazzis en su afiebrada danza mediática, pero sí fue la primera en que quedaba absolutamente claro que, al menos una de las partes, simplemente no tenia ganas de bailar.
No es lo común.
Aunque es cierto que ningún famoso quiere tener fotógrafos acampando entre los arbustos de su jardín, su presencia constante no siempre es considerada un estorbo. Después de todo, una cámara puede ser una buena herramienta para promover una película o un perfume, conseguir un aumento de salario o elevar el perfil público justo cuando el agente está negociando un nuevo contrato publicitario o temporada televisiva.
Este es un acuerdo faustiano que produce desconfianza en las dos partes- famosos y paparazzis-, que se ven, sin embargo, obligados a seguir en su matrimonio disfuncional porque no tienen otra alternativa de supervivencia. Es, en definitiva, un amor a golpes.
Eso nos lleva al peliagudo asunto de la privacidad.
Cuando una mujer, como ha ocurrido con alguna conocida diva, ha sacado durante décadas provecho comercial y profesional de sus momentos mas íntimos, ¿Puede quejarse después de algún fotógrafo la descubra con el hombre equivocado en situaciones comprometedoras, la fotografie a la distancia y luego venda las imagenes a un tabloide?
Cuándo sus matrimonios han sido subastados al mejor postor, y asuntos como su maternidad o sus escandalillos sentimentales han sido ventilados hasta el cansancio en “exclusivas” que, a menudo, coinciden con la llegada de un nuevo programa o una nueva empresa, ¿Puede alegar que ha sido manipulada por la prensa?
¿O el alegato llega solo cuando no recibe un pedazo de la torta?
Ahora, que se cumple el décimo aniversario de la muerte de la Princesa Diana y que las imágenes de Paris Hilton esposada y llorando a mares camino a la cárcel han opacado la cobertura de asuntos como la cumbre del Grupo de los Ocho o la Guerra en Irak, los inesperados peligros de la relación entre celebridades y prensa son mas evidentes que nunca.
Según “The Diana Chronicles”, el nuevo libro sobre la Princesa Diana escrito por Tina Brown, ex editora de “Vanity Fair” y “The New Yorker”, Diana- una lectora compulsiva de tabloides y revistas de chismes- supo usar a su favor a la prensa desde los primeros días de su fatídico matrimonio con el Príncipe Carlos, reuniéndose a menudo con editores para almorzar, sirviendo como anónima fuente para la cobertura de su propia vida, usando las páginas de "The Sun" o "News of The World" como campo de batalla en la lucha contra sus enemigos dentro y fuera de Buckingham.
Paris Hilton, está demás decirlo, nacio mediatica. Esta rubia no existiría en la conciencia colectiva si no fuera porque su foto aparece constantemente en las revistas, la televisión y la Internet. Su falta de talento para cualquier cosa que no sea el shopping, el paseo por la ‘red carpet” o, aparentemente, el sexo, es abismal. Es una Narcisa enamorada de su propia imagen en “Page Six” o “E!”, e incluso su fotografía como reclusa, donde aparece con la sonrisa misteriosa de una Mona Lisa, los labios húmedos, la mirada semivacia y el pelo cuidadosamente lanzado a un costado, parece haber sido pensada para el consumo masivo y no, como era la intención de fotógrafo, para los registros penitenciarios.
Hasta donde recuerdo, ninguna de estas tres rubias- Diana, Paris o la Diva- grito jamás “!Nooo!” en la mitad de la calle para proteger su intimidad o la de su familia. O al menos, no lo hicieron cuando el lente que las perseguía era adulador, les abría una nueva oportunidad comercial o simplemente les ofrecía la irresistible promesa de una nueva portada.
Who’s crying now?
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