La palabra y el número que sirven de titulo a esta nota no deberían ir nunca juntos. Es como decir “Boy Scout, 21”. O “Fubolista, 30”. O “Animadora de Televisión, 35”. En definitiva, la prueba de que la vida útil en el campo mencionado ha llegado a su fin.
Siempre pensé que iba a ser un de esos hombres que envejecen con dignidad. ¿Qué importaban un par de arrugas y un estómago creciente, cuando, en cambio, habría ganado tanta sabiduría y experiencia? En mis sueños me veía como Diana Vreeland, excéntrico y vibrante; mi cara agrietada como la de una tortuga madura, pero feliz; un ejemplo para las generaciones posteriores. Como ella, saldría cada noche y me sentaría, quizás en un caftán, a dar lecciones de vida a adorables artistas, escritores y cineastas que anotarían mentalmente cada una de mis excentricidades y “bon mots’.
El sueño duró hasta que una mañana, sin aviso previo, el pakistaní que todos los días me entrega mi café en el “Deli” me dijo “sir’ y no “wassup?”, el familiar saludo con que me recibía generalmente.
No fue el único.
De pronto, el universo entero se puso de acuerdo para anunciar mi decrepitud, y el barman en el bar, el cajero en el banco y el taxista en el taxi comenzaron a tratarme de “sir”.
“Yes, sir’, “Of course, sir”, “Can I get a cab for you, sir?”. Incluso ancianas en silla de ruedas comenzaron a insultarme de esa manera.
“Es una forma de respeto”, me dijo David cuando me quejé una noche mientras arreglábamos la cama para irnos a dormir. “No quiero respeto”, le contesté, “Quiero lo contrario del respeto. Quiero deseo, quiero atropello, quiero vergüenza…David, ¡Quiero juventud!”.
Todavía estoy pensando en un “bon mot”, y no se me ocurre ninguno.
Una vez escuché a Joan Rivers decir que después de los cincuenta uno se vuelve invisible. A no ser que un un hombre gay pase seis días a la semana en el gimnasio y no coma nada mas que almendras y lechuga, esa sentencia le llega a los cuarenta.
Hace unos días, atrapado por seis horas en un aeropuerto, encontré un alma gemela en las páginas de “I Feel Bad About My Neck (And Other Thoughts About Being a Woman), el último libro de Nora Ephron.
Nora, que fue la guionista de dos de mis películas favoritas, “When Harry Met Sally” y “Sleepless in Seattle”, tiene sesenta y tantos años (entrar en detalles a estas alturas es de mal gusto), y entre sus maridos tuvo a Carl Bernstein, el periodista de “Watergate” que, si uno cree todo lo que dice Nora en su novela “Heartburn”, gastó toda su gasolina ética en su vida profesional sin dejar una gota para la personal.
Nora se siente mal sobre su cuello. Yo no soporto mi estómago.
Nora se está quedando ciega. Yo no puedo manejar de noche sin lentes.
Nora ha aprendido que una mujer nunca debe casarse con un hombre del que no quiera estar divorciada y que los muebles jamás deben estar cubiertos por nada que no sea mas o menos beige.
Yo he aprendido que los ex pueden ser amigos y que hasta el mas ocioso de los gatos puede destrozar un sofá.
Gay, 46 y Woman, 60 something….separados al nacer.
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