Thursday, March 13, 2008

Why Don’t You Just Shoot Me?


Ayer desperté, encendí el televisor, y como todas las mañanas me encontré con los rostros de Meredith Viera y Matt Lauer, los amables y simpáticos animadores de “Today”, el matinal de NBC.

“Y en nuestro siguiente segmento”, dijo Meredith con su mejor sonrisa, “entrevistaremos a una prostituta de Beverly Hills y a una “Madame” que, después de seis meses en la cárcel, acaba de escribir un libro sobre sus experiencias en la profesión mas antigua del mundo. Todo eso, y la cocina de Martha Stewart, después de unos comerciales”.

Usando como excusa la estruendosa caída de Eliot Spitzer- el gobernador de Nueva York que fue descubierto contratando los servicios de las call girls del Emperor’s Club VIP- los medios americanos se han convertido por estos días en un alegre burdel.

Si usted quiere saber cuánto cobra una prostituta de lujo por hora, cuál es el método de pago mas seguro, y qué sitios web son los mas apropiados para encontrarla, no tiene mas que buscar en CNN, donde Anderson Cooper le entregará toda la información necesaria.

En su misión de mantener a sus lectores debidamente informados- y, de paso, aumentar su número de visitas- “Medio en Silencio” se une ahora este concierto periodístico.

Hace unos años me encontré, frente a frente, con una call- girl internacional.

Era la amiga de un muy querido amigo mío, que llegó desde las doradas playas de California a buscar un futuro en Manhattan.

Para efectos prácticos la llamaremos “Linda”.

Aunque en un principio nos dijo que sus planes eran estudiar peluquería y trabajar como “Nanny”, su decisión de pasar largo rato parada en la esquina de la cale 23 y la Séptima Avenida despertó desde un comienzo nuestras sospechas.

Para cuando finalmente la enfrentamos, unas semanas mas tarde, y confesó sus verdaderas ambiciones, Linda ya era una brillante profesional con su propia Madame, una tarifa de cuatro dígitos por hora y un pasaporte al día que le permitía anunciar sin problemas: “tengo una ‘reunión’ en Paris, pero regreso mañana”.

Linda era una “workaholic”.

Todas las tardes un Lincoln Town Car negro la pasaba a buscar para conducirla a suites en el Península, penthouses en la Quinta Avenida, la embajada de cierto país árabe o algún discreto salón de directorio, y a menudo no regresaba hasta bien entrada la mañana siguiente.

Los jerarcas de Wall Street no le gustaban para nada. “No saben como tratar a una mujer’, se quejó en una ocasión, “Son rudos, mal educados y arrogantes’.

Esa fue la única vez que la escuché lamentarse.

Si alguna vez existió una prostituta con corazón de oro, esa era Linda. Su generosidad era abismante, su preocupación por los animales conmovedora, y podía dedicar horas en el teléfono a cualquier amigo en problemas.

Cuando su madre la visitó, la paseó en su automóvil con chofer, la llevó de compras a Bergdorf Goodman y a comer a
“Le Cirque”, asegurándole que las “nannies” en Nueva York eran mucho mejor pagadas que en California.

Su carrera terminó abruptamente, cuando el Departamento de Delitos Sexuales del NYPD hizo una redada a las oficinas de la Madame en midtown. La empresaria, sus ‘booking agents” y al menos tres compañeras de trabajo de Linda terminaron en prisión.

Algo asustada, Linda colgó su “little black book” y su máquina de cobranzas- un pequeño aparatito que cabía en su cartera y que aceptaba American Express, Visa y Mastercard-, y buscó un nuevo rumbo para su vida.

Durante un tiempo fue recepcionista en un elegante salón de belleza en la calle 57, pero nunca le gustó trabajar de pie y las propinas no se comparaban a las de su oficio anterior.

“Why don’t you just shoot me?”, nos dijo un día, “esto no es vida”.

Tiempo después regresó a su pequeño pueblo junto al mar, conoció a un corredor de propiedades, se casó con él y, según me cuentan, tuvo dos hijos.

A desperate housewife with a past.

Es la única dueña de casa en su barrio con un closet lleno de faldas de Dolce & Gabbana y zapatos de Manolo Blahnik.

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