Murió Marvin Hamlisch , y aunque en este
blog tenemos como regla general no poner un obituario detrás de otro, aquí va
el de Marvin inmediatamente después del de Gore Vidal.
No nos queda otra. Es asunto de vida y
muerte.
Nunca conocí a Marvin Hamlisch , y sin embargo fue uno de los hombres más importantes de mi vida, el creador de la banda sonora de mi
adolescencia.
Es muy posible que mis padres digan “
¿Marvin, qué?” si les cuento de
su muerte, pero bastará que escuchen dos o tres acordes de “One”, el número final de “A Chorus Line”, para que recuerden- posiblemente
con horror- ese famoso himno de Broadway.
Igual como los torturadores de Guantánamo
sometieron a sus victimas a la música de Christina Aguilera, yo sometí a mi
familia a la tortura diaria de “A Chorus Line”, la que llegó acompañada durante años de un
canto tipo karaoke- cortesía de su servidor-, baile en las escaleras (ídem) y,
como “grand fínale”, un paseo con sombrero de copa imaginario por ese escenario
habitual que era el corredor que unía al living, el comedor y la cocina.
Descubrí “A Chorus Line” a través de una
amiga que viajó a Estados Unidos en
intercambio escolar y trajo el LP- si, LP- a su regreso.
Todavía recuerdo la primera vez que
escuché el
ta-tata-tata-ta-ta-tatatatatán de la
canción final, “One”, y la revelación inmediata que tuve en ese momento.
Alguien, en algún lugar, por algún
motivo, había cometido un terrible error, y yo no era el que todos suponían que
era- estudiante del colegio San Juan, residente de La Reina, pésimo para las matemáticas,
con una preocupante adicción a las telenovelas venezolanas y el concurso de
Miss Universo- sino un bailarín destinado a triunfar en Broadway y, quizás,
recibir un Tony, ¡Era tan obvio! De pronto todo tenia sentido, y no era yo el
equivocado; era mi familia, mis profesores, mis compañeros de colegio,
cualquiera que no entendiera que todas mis rarezas no eran rarezas despues de todo, sino las particularidades obvias de un hombre destinado a encontrar su destino en la esquina de la Octava Avenida y la calle 42.
La primera vez que vi “A Chorus Line” en
Broadway, en su producción original en el Schubert Theater, empecé a llorar
unos diez minutos antes de que las cortinas se abrieran.
Ya
no era un adolescente, sino un hombre de 24 años que lo que más quería, lo único que quería, era quedarse ahí para siempre, en
la oscuridad del teatro, tarareando
“One”.
Fue una de las noches inolvidables de mi vida.
Fue una de las noches inolvidables de mi vida.
Ese no fue el único regalo que me hizo
Marvin.
Para mi cumpleaños número 13 mi abuela me preguntó qué quería , y como ya
tenia los Greatest Hits de “The Carpenters,” le dije que quería el nuevo álbum de Barbra
Streisand, “The Way We Were”.
Era 1974, y ahora que lo pienso, esa fue
una petición que en su momento puede haber parecido subversiva. “The Way We Were” es el tema principal de
la película del mismo nombre, una obra maestra del cine americano que tiene
como personaje principal a una comunista judía de Nueva York, encarnada
magistralmente por Miss Streisand.
“Comunista” y “Judía” no eran palabras
que uno usara a menudo en Chile en 1974, y sin embargo fueron palabras que
quedaron marcadas profundamente en mi memoria (Memories, like the corners of my
mind). Desde entonces, he tenido algunos amigos comunistas (dos, creo) y muchas
amigas judías que, como Katie Morosky,
tienen la cabeza y el corazón bien puestos y han logrado impresionantes triunfos frente a la dominacion capitalista (Redforniana) y el pelo enrulado.
Escuché mil veces a Barbra cantar “The Way We Were”- una y otra vez y
otra vez, y otra vez más- con una obsesión
que solo puede ser descrita como juvenil. Por entonces en mi casa no había “stereo”,
, sino un “pick up” algo estropeado; una enorme consola que algún decorador
podría definir como “Faux Regencia” que necesitaba a menos dos monedas para hacer que la aguja funcionara.
No era un mundo perfecto, el Chile de
1974, pero gracias a Marvin y Barbra era un mundo ideal.
Marvin murió esta semana, y aunque sé que es imposible, me gustaría pensar que un día de estos me
encontraré con él frente al Plaza, igual que Barbra se encontró con Redford en
“The Way we Were”, y, arreglándole un mechón de pelo en su frente, le daré las
gracias y le diré que nunca, nunca lo
olvidaré.
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