Monday, September 10, 2012

Raquel Correa

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Conocí a Raquel Correa en 1983, apenas salido de la escuela de periodismo de la Universidad de Chile, en mi primera reunión de pauta en la revista Cosas.

Recuerdo haber entrado a la sala de conferencias en la calle Almirante Pastene y haberme encontrado con ese magnifico trio del periodismo nacional que formaban Raquel, Malú Sierra y mi adorada Elizabeth Subercaseaux.
Malú era la Pachamama, la madre tierra, hablando de la conservación del planeta y de la ecología mucho antes de que la gran mayoría supiera siquiera que significaba la palabra ecología,.
Elizabeth era la hechicera, una mujer brillante y seductora que convertía a cualquier personaje- Sergio Fernández, Carlos Cáceres, el mismísimo Pinochet- en personajes arrancados del realismo mágico; la periodista que no tenia ningún problema en partir una entrevista con el tirano de turno como  quien comienza un cuento de hadas aterrador. Su efectismo era eficiente, y su pluma, incomparable.
Y  Raquel; bueno, Raquel era el halcón. Franca hasta que doliera, directa hasta que sangrara, era sin dudas la mejor entrevistadora del país. Armada con su grabadora de pilas doble AA y un cuaderno de apuntes, enfrentó a todo el politburó pinochetista en los 80’s haciendo preguntas que no solo parecían impertinentes en la época- ¿asesinó o no?- sino evidentemente peligrosas.

Raquel tuvo dos muros protectores: Mónica Comandari, que nunca dejó que sus propias convicciones políticas se interpusieran en las de su revista- en los 90’s su editora general fue Mónica González-; y la aparente frivolidad de Cosas, una revista- mi revista- que escondió detrás de portadas de Carolina Mónaco y la Princesa Diana de Gales algunas de las entrevistas políticas mas abiertas de la época.

Recuerdo a Raquel dura y competitiva, y cómo no. Venia de esa primera generación de periodistas mujeres universitarias; la primera generación que enfrentó a un periodismo paquidérmico, machista, de bohemia extrema, que si algo sentía hacia las periodistas mujeres era desdén y deseo. Eso era todo. Fue una generación que se ganó su espacio a golpes (periodísticos), a profesionalismo y, sobre todo, a un inesperado talento.

Recuerdo esa primera reunión de pauta, y a Raquel explicándome, en una frase corta, precisa, helada como un freezer, que si quería el número de tal o cual ministro la forma más rápida de encontrarlo era en la guía de teléfono.
En su momento el comentario pareció cruel, porque reveló en un chispazo toda mi ignorancia y toda su sabiduría. Ahora, en perspectiva, me parece obvio.

Su amistad con Malú y Elizabeth fue siempre motivo de fascinación para mi. No la entendía y quizás todavía no la entiendo. Me parecían tan distintas, tan opuestas. Unas tan cálidas, otras tan frías.

Con los años he leído entrevistas con Raquel donde habla de su marido y su adorado hijo, y eso me ha ayudado a entender que su pasión por la justicia y su decisión de dedicar su vida a revelar la irritante hipocresía de algunos políticos no fueron los únicos signos de su profunda humanidad. 

No recuerdo de donde viene la foto que acompaña este post, pero la guarde porque me pareció extraordinaria., Ahí esta Raquel, joven como un trébol, bonita, intensa, rodeada del aura de inteligencia que la cubrió durante toda su vida, pero todavía inocente  no solo de la fama y el poder que sin duda llegaron y nunca le importaron demasiado,  sino de las ridículas tragedias y los grandes horrores que le tocaría observar. Una vida plena no existe sin dolor y sin amor, y Raquel tuvo de los dos a manos llenas.