Thursday, May 21, 2009

Francis Bacon: Twisted


Prepare su ánimo, su espíritu y su estómago si planea visitar la gigantesca retrospectiva de Francis Bacon que por estos días se exhibe en el Museo de Arte Metropolitano de Nueva York.

Bacon, según algunos el artista mas importante de Gran Bretaña después de Turner, no tiene compasión con su audiencia y la somete a mil y una torturas. Algunas son sicológicas- prisiones, castigos, malvados Papas- y otras son simplemente físicas, como esas pinturas que muestran la carne humana- mi carne, la suya-, como un simple trozo de steak listo para ser abusado, devorado, relamido, pero nunca realmente disfrutado.
Galería tras galería, el Metropolitan de Nueva York es una caverna del horror, una alegoría llena de crueldad y perversión que, para bien o para mal, funciona como un perfecto espejo para lo que llamamos con absoluta arrogancia e infinita ceguera, “modernidad”.

No es casualidad que Bacon haya servido como inspiración y maestro para los grandes artistas contemporáneos, crudos artesanos que van de Currin a Hirst, creadores que ven la vida desde el punto de vista mas oscuro y mas cercano. Tampoco es casualidad que este irlandés, que a pesar de todos los privilegios que da el ser un artista apreciado en su tiempo vivió la existencia de un condenado de Dante, haya escogido concentrarse en la boca como imagen perfecta para su imaginería.
Los gritos son una constante en las 70 y tantas pinturas que forman parte de la exhibición inaugurada la semana pasada con toda pompa y anticipación en Manhattan.

Gritos de angustia, de rabia, de tedio y de placer.
Gritos de mala vida.

Y aquí debemos dar algunas explicaciones.

Bacon, que celebra con esta muestra un centenario de su nacimiento, vivió lo que muchos considerarían un infierno. Su padre, abusador y alcohólico, lo golpeó hasta el cansancio, y cuando ya no tuvo fuerzas para darle un nuevo golpe, lo entregó a un amigo para que lo llevara a Berlín y le enseñara las reglas básicas de la disciplina.
El amigo hizo mucho mas que eso. Lo convirtió en su esclavo y su fetiche, y de paso hizo que la incipiente homosexualidad de Bacon se convirtiera en un martirio que durante los próximos setenta años lo hizo confundir amor con dolor, y romance con maltrato.

Así las cosas, no es raro que el atormentado pintor haya descrito a menudo sus preferencias sexuales como una “lesión”, una “cojera” inevitable y maldita que le impidió alcanzar cualquier cosa que se pareciera a la felicidad.
En cambio, optó por la pintura como escape y terapia, una tela blanca donde pudo estampar buena parte de sus obsesiones.
Su técnica es absolutamente autodidacta, porque aunque Picasso, Goya y Velásquez son parte importante de su repertorio, nunca los estudió en la academia. Todo lo que aprendió de ellos y del resto de sus inspiraciones fue en la calle, en el estudio, y, a menudo, en la cama.

Confundido frecuentemente en una nube de drogas y alcohol, Bacon recurrió a la religión como guía. Y ahí están, sus gritones Papas inspirados en el Pontífice Inocencio X de Velásquez, enjaulados y rabiosos en un charco de sangre púrpura, tan juzgadores, tan inhumanamente elevados, que parece imposible que sean contaminados siquiera con una gota de compasión.

Cada noche fue para el pintor una oportunidad.

Cuando en un viaje conoció a un hombre negocios en un hotel de mala muerte, la experiencia se transformó en una serie de magníficos cuadros que muestran a un hombre encarcelado en su traje y corbata, un animal aullando detrás de un botón demasiado apretado, un arquetipo que trae a la memoria en partes iguales a Ronald Reagan, Ted Haggart y George W. Bush.
Y sigamos mas allá, como sugiere, valiente, esta exhibición que antes estuvo colgada en el Museo del Prado en Madrid y la Tate Modern en Londres,.

A primera vista la sala dedicada a George Dyer, ladrón de poca monta y quizás el mas importante amante de Bacon, podría parecer un respiro. Pero acérquese a cada cuadro, mírelo de frente, y descubrirá otra historia de horror detrás de todos estos tonos rosados y pasteles.
Dyer, melodramático, narcisista y adicto- el perfecto amante para Bacon- decidió poner fin a sus días horas antes de la legendaria exhibición del artista en el Grand Palais de Paris, un honor que, en tiempos modernos, había estado reservado solo para Picasso.
Bacon lo encontró muerto en el piso del baño. Llamó a la ambulancia, a la policía, y horas después se vistió elegantemente para asistir a su gloriosa “vernissage” donde, según testigos, no reveló una huella de sentimiento.
Sin embargo, los vestigios de su pena y su culpa están ahora perfectamente claros y a la vista en Nueva York, en cuadros que parecen una mezcla de autorretrato, informe forense y Q.E.P.D, terriblemente fríos e intensos a la vez.

Algo similar sucede con el tríptico inspirado en Peter Lacey, otro amante, otra tragedia, que revela una historia de amor completamente despojada de inocencia y entregada sin remedio a la adicción.
Después de visitar el MET, solo queda preguntarse por qué Bacon continua siendo considerado uno de los artistas mas influyentes del siglo veinte. Su técnica es impecable, sin duda, y su capacidad para expresar movimiento y dolor es incomparable. Pero, en definitva, eso es solo aritmética.
Lo que lo distingue de la gran mayoría es su valentía, que en sus cuadros llega al borde del suicidio; esa determinada, cruel, irónica e irreversiblemente humana sensación de que la vida es, a fin de cuentas, no mucho mas que la suma de un millón de desgracias.







Wednesday, May 13, 2009

An Evening with Anna


-La moda significa distintas cosas para distintas personas. ¿Qué significa para ti, Anna?- le preguntó Jonathan Tisch a Anna Wintour anoche en una extraordinaria entrevista a teatro lleno realizada en el auditorio del 92Y en el Upper East Side Nueva York.

Anna, sentada en la punta de su sillón, envuelta en un vestido oscuro a la rodilla (¿Prada?) y un cardigan amarillo, con sus pies a la vista en una sandalias tambien amarillas y con su pelo… ¿para qué le digo como era el pelo, si ya lo sabe?, dio un suspiro y contestó que la moda, para ella, era su vida, el aire que respirada; era lo que hacia todos los días…

Y en eso estaba, dando giros poéticos a su respuesta, cuando desde el segundo piso del teatro se escuchó un grito…

-“¡Asesina! ¡Asesina!, ¡Esta mujer descuera animales vivos!”.

Luego se sumaron mas voces, “Fur Shame! Fur Shame!’, hasta que los encargados de seguridad corrieron escaleras arriba y expulsaron rápidamente a los manifestantes.

Anna, como si nada.

Ya está acostumbrada a estos ataques, y después de recibir un mapache muerto en su plato en el comedor del Four Seasons, regalo de otra activista de PeTa hace unos años, esto debe haberle parecido juego de niños.

“Como iba diciendo”, continuó cuando el escándalo terminó, “la moda significa distintas cosas para distintas personas. Y debo agregar que Vogue continuará informando sobre las pieles, mientras estas sean parte de la industria de la moda’.

Anna Wintour rara vez abre la boca, y por eso esta entrevista despertó tanto interés. Las entradas se agotaron en cuestión de horas en Octubre pasado, cuando se anunció su aparición, y anoche el auditorio de este centro cultural dedicado, mas que nada, a la comunidad judía, estaba repleto de muro a muro con fashionistas y fanáticos.

Sin perder nunca su compostura y sin subir jamás la voz- en un tono sospechosamente parecido al que Meryl Streep usó para interpretar a Miranda Prestley en “The Devil Wears Prada”-, Anna hablo de todo.

Dijo que en el colegio siempre haba sido la rebelde, que su uniforme era siempre el mas corto del curso. “Si ustedes hubieran usado ese uniforme, tambien se habrían rebelado”. Y dijo que su rebeldía no era única, que todo Londres era una ciudad rebelde y que había crecido admirando a las grandes modelos de su tiempo, Twiggy y Jean Shripmton.

Tambien habló de su padre, que fue editor del muy respetado Evening Standard. “De él y de mi madre heredé una severa ética de trabajo, y ellos me enseñaron que el éxito en el trabajo es una fantástica manera de sentirse satisfecho consigo mismo”.

“Nunca fui a la universidad’, agregó después, “Y eso es algo de lo que siempre me he sentido terriblemente avergonzada”.

Como dijo Tisch, esta entrevista, que fue programada hace mas de seis meses, llegó en el momento mas oportuno, cuando todos los mundos de Anna- editorial, retail, publicidad, moda- parecen estar redefiniéndose después de la crisis.

Vogue, explicó la editora, está bien consciente de las dificultades que vive el mundo allá afuera, lejos de la torre del 4 de Times Square que ocupa Condé Nast, pero no se va a convertir tampoco en “Recession Weekly”. (Sus palabras, no las mías).

“Por primera vez nos estamos fijando en el precio de las cosas. Nunca antes lo habíamos hecho, y hay muchas editoras de la revista que se han sorprendido al saber que un vestido corto de mostacillas puede costar 25,000 dólares”- aseguró.

¿Qué mas?

“Estamos mas conscientes de los gastos de la revista, pero tambien trabajamos en una empresa que está dispuesta a invertir en calidad. No tenemos problemas en contratar a los mejores escritores, a los mejores fotógrafos, y ese es un valor que distingue a Condé Nast de otras editoriales”.

¿Qué tipo de escritores busca Vogue?, le peguntó Tisch, y yo saque de inmediato mi lápiz y papel.

“Nos interesan escritores que tengan una voz”, dijo ella, “escritores que sean fácilmente identificables y que, aunque no tengan el mejor estilo, tengan algo original que decir”. Luego dijo que Hamish Bowles, André Leon Talley, Grace Coddington y Sally Singer eran buenos ejemplos del equipo que buscaba. “Son embajadores de Vogue”, señaló, “!Porque yo no puedo estar en todas partes!”.

Mas tarde, durante las preguntas del público, alguien le preguntó como podía conseguir un trabajo en Vogue.

Volví a sacar mi papel y lápiz.

“Escriba un email o una carta a nuestro departamento de recursos humanos, si nos gusta lo que vemos, organizamos una entrevista, y si nos sigue gustando ¡tiene trabajo!”.

Hmmm, “Dear Anna, my name is Manuel Santelices….”.

También dijo que no confiaba en estudios de marketing o en head hunters a la hora de contratar, sino en sus “instintos’. “Escojo a la gente con la que querría pasar tiempo, y los que no están de acuerdo conmigo. No me interesa estar rodeada de ‘yes men’”.

Volviendo a la crisis, Tisch le preguntó si sentía “nuevas presiones” del “business side” de Condé Nast.

Anna no entendió- o simuló no entender- la pregunta, y Tisch la repitió una vez mas.

“El ‘business side’ jamás interfiere con el lado editorial de la revista”, aseguró, “Nunca hemos sentido la obligación de publicar avisadores solo porque son avisadores, o de llegar a ciertos compromisos como ha sucedido con otras publicaciones”.

Este fue un agudo y certero golpe a Harper’s Bazaar, que hace un tiempo entregó su alma, su cuerpo y todo lo que quedó, a Esteé Lauder durante el lanzamiento de su perfume “Sensuous”. Fue una movida comercialmente exitosa, pero tambien ampliamente criticada.

Tisch, halagador, comentó que en veinte años Anna había logrado convertir a Vogue en una marca reconocible internacionalmente. Ella, modesta, respondió el halago diciendo que la marca existia mucho antes de que ella llegara. “Queremos ser como Coca-Cola o Nike, una marca que no es muy “hot” ni muy “cool”, sino que está siempre ahí, presente en la conciencia colectiva. Tampoco podemos estar muy ‘ahead of the curve’, porque perderíamos a nuestros lectores”.

-Y tu, ¿Eres tambien una marca?
-¡Of course not!- contestó ella, bebiendo un largo sorbo de agua de la botella que tenia a la mano, - En Vogue no hay una estrella, todos somos estrellas..

¿Qué mas?

Dijo que entrevistaba a cada asistente que llegaba a la revista, “porque estamos invirtiendo en ellas igual que en los editores’. Dijo que Michelle Obama, y no Vogue, había sido decidido que iría en la portada de la revista apenas tres meses después de la elección de Barack . Y dijo que Washington, durante largo tiempo, “había sentido miedo de nosotros” y que Michelle, por el contrario “adora y entiende la moda’.

Finalmente, Tisch, sin mencionar los rumores que aseguran que Anna tiene contados sus días en Vogue, le preguntó, diplomático, qué otra cosa le gustaría hacer en el futuro.

“Siento que tengo el mejor trabajo del mundo”, contestó ella, “Amo lo hago, amo a la gente que trabaja conmigo y amo a la industria de la moda. Y, francamente, creo que no seria buena haciendo nada mas”.

“Lo dudo”, comentó Tisch. Y yo estoy de acuerdo con él.

Wednesday, May 6, 2009

That Cougar Woman


En Estados Unidos las llaman las “cougars”, una jauría de tigresas con constante apetito por carne masculina fresca y joven.

La cougar mas célebre del mundo, y probablemente la mas envidiada también, es Demi Moore, que con el aplomo de una fiera cuarentona puso sus ojos sobre Ashton Kutcher, casi quince años menor que ella, y con un certero zarpazo lo llevó primero a su dormitorio y luego al altar. “Tengo la suerte de dormir con él’, alardeó orgullosa hace unos días a través de, ¿qué mas?, “Twitter”.
Demi no es la única. Cameron Díaz disfrutó durante casi tres años de la juvenil compañía de Justin Timberlake, y Cher, la madre de todas las cougars, ha pasado décadas convirtiendo esto de la seducción de hombres menores en un arte.

Julianne Moore y Susan Sarandon son cougars fieles y estables, bien emparejadas y durante años con el director Bart Freudlich y el actor Tim Robbins respectivamente. Halle Berry, a los 42 años, es una década mayor que su atractivo marido, el modelo Gabriel Autrey, pero el cóctel genético de esta pareja es tan evidente e irresistible, que en este caso la edad no parece mas que una irrelevante ecuación formada por números sin importancia.

No puede decirse lo mismo de Madonna, que a los 50 años y recién divorciada, no encontró mejor consuelo que un modelo brasilero cuasi adolescente que acostumbra a trabajar sin camisa y que responde al nombre de Jesús. En cualquier otra, la situación habría sido un escándalo, pero en el caso de Madonna todo tiene tanto sentido, es tan obvio y predecible, que el romance, que duró algo así como 76 horas y cubrió dos continentes, no llegó a mas que una columna de chismes en los periódicos.

Por supuesto, cougars hay en todas partes, no solo en Hollywood.

Ponga atención y ahí la verá, la de sweater color fucsia talla “small”. La Raquel Welch de la reunión de apoderados, que llega siempre atrasada y todavía en tenida de yoga. La que se pasea en shorts y plataformas los miércoles por la tarde en el Mall de la Dehesa. La del bronceado permanente y el pelo aleonado. La de las uñas de los pies bien limadas, pintadas y adornadas con flores o corazoncitos. La que trata a todas las mujeres de “perrita” y a los hombres de “mi amor”. Y la que en el restaurant siempre abandona la mesa porque tiene “que tomar esta llamada”, y desaparece por quince, veinte minutos, y regresa toda acalorada explicando que era “un amigo argentino” del que no sabia nada desde hace tiempo.

Si algo distingue a las cougars es su capacidad para hacer amigos en todas partes. El peluquero es su amigo. El personal trainer también. El profesor de los niños, el instructor de tenis, el DJ de la fiesta de quince de su hijastra y hasta el “bartender” que conoció en el crucero a las Bahamas, todos son sus amigos, y todos, por supuesto, son visiblemente mas jóvenes que ella.

Eso la mantiene “activa”, como dice.

Cuando se encuentra con alguno en la calle o alguna fiesta, la cougar los saluda cálida y con una intimidad que suele poner incómodo al resto de los presentes. Primero viene el abrazo, que dura una milésima mas allá de lo aconsejable e incluye una peligrosa cercanía de cinturas y caderas. Luego vienen los dos besos, la caricia en la mejilla para asegurarse que no dejó “marca de rouge”, y luego una conversación marcada por risitas y susurros al oído y donde la cougar, en ningún momento y por ningún motivo, deja de sobar la espalda de su amigo.

Por vocación, historia e interés, la Cougar es generalmente divorciada. O viuda. Y si es casada, es con un hombre tan ocupado, tan aburrido o tan gay, que para efectos prácticos no cuenta para nada.

La maternidad la “entretiene” y los hijos son “su cable a tierra”, pero, la verdad, tiene poco tiempo para las responsabilidades que involucra una familia. En ese sentido es una mujer que prefiere “calidad” antes que “cantidad”, convencida de que media hora a la llegada del colegio y cinco minutos antes de acostarse es suficiente para crear una relación “rica” con los niños.
Si los hijos son adolescente, es la mamá “cool”, la mamá “chora”, la que baja con ellos a la playa, se saca el pareo a la menor provocación y, bordeando los 50, todavía muestra un singular talento para jugar a las paletas y una embarazosa predilección por los bikinis.
En el verano, puede pasar horas al atarceder hablando con los amigos adolescentes de su hijos, especialmente si son sus compañeros en el equipo de rugby o natación. Les da consejos sobre el futuro, les dice que “vivan la vida” porque “los años pasan muy rápido”, que no hay que tener miedo de “nuevas experiencias’, y que si ella tuviera veinte años menos “nada la detendría”. Y dicho esto les ofrece una ducha para que se limpien la sal y la arena, y una cerveza “heladita” porque ¡hace un calooooor!.

Aunque quienes la conocen usan a menudo otros términos, la cougar se describe a sí misma como “feminista”. Ella no sigue reglas, las crea- explica a quien quiera escucharla-, y después del fracaso que fueron sus dos primeros matrimonios, decidió que jamás volvería a someterse a las órdenes de un hombre.
Esta es una mujer que no le da explicaciones a nadie, y si quiere partir sola a Brasil, como hace a menudo, o salir a bailar con un ‘amigo’, como hace más a menudo aun, es cosa de ella y ya está.

La cougar le tiene terror a la vejez, porque una cosa es ser “feminista” platinada y con escote, y otra muy distinta es serlo cuando una ya ha tenido su primer implante de cadera.
Por lo mismo combate el paso de los años con una disciplina casi militar. Jogging, pilates, spin, tenis, yoga y kickboxing son parte de su ritual diario, y los fines de semana pasa al menos tres horas en el sauna “meditando”. El agua y el té verde son sus líquidos favoritos de nueve a seis; aunque después de eso prefiere tragos menos saludables y mas exóticos- Margaritas de mango, Dairikis de Strawberry, Khaluas- o vino blanco, seco y bien helado.
Como es moderna e independiente, no tiene ningún problema en reconocer que ha recurrido a la ayuda del bisturí. “Me he hecho de tooooodo”, confiesa frente a sus amigas, “y si tuviera el dinero necesario, me haría mucho mas”.
Su escote inevitablemente arranca silbidos y hasta aullidos en los sitios de construcción, y aunque su boca es ampliamente criticada entre sus vecinos del “condo”, ella toma estas críticas como signo evidente de envidia, de “mala leche”, de la incapacidad que algunos tienen de no meter su nariz en asuntos que no son los suyos.

Aunque todas estas características son comunes en la cougars, lo que realmente las distingue del resto de la población femenina es, por supuesto, su elección de pareja.
Mientras el romance no la convierta en una pedófila, todo está bien, piensa ella mientras pasa a buscar a su “novio” a la salida de la Universidad.
La famosa frase de Ivana Trump, “prefiero ser niñera que enfermera”, es su Biblia en estos asuntos, y cuando alguien se atreve a comentarle la diferencia de edad entre ella y el novio, la cougar lanza un estudiado discurso que dice, palabras mas palabras menos, que los hombres de su edad son una lata, unos viejos gordos y pelados, mañosos, avaros, vanidosos y, peor todavía, interesados en mujeres de veinte, y que ella en cambio prefiere un hombre joven porque, en su cabeza, todavía se siente de 22.

Su cacería no es tan difícil como algunos podrían imaginar, en parte porque la cougar es, a su modo, todavía sexy, y en parte porque es también increíblemente fácil de conquistar. Y para esa olla a presión de testosterona que es un hombre de veinte años, estas dos cualidades son, a menudo, suficientes.