Thursday, August 13, 2009

The September Issue


Antes de leer el próximo párrafo, vaya a su botiquín y busque un “Enviex” para evitar un ataque de envidia.

Hoy vi “The September Issue”, el documental de R.J. Cutler sobre la creación de la edición de Septiembre del 2007 de “Vogue”, la mas grande en la historia de la revista.

840 páginas.

La película, que no se estrenará en Estados Unidos hasta el 11 de Septiembre- justo cuando comienza la Fashion Week de Nueva York-, ha sido motivo de comentarios y rumores durante meses porque, claro, en el centro de la acción está Anna Wintour, editora en Jefe de “Vogue”.

Si no sabe de quién estoy hablando, es porque jamás leyó este blog.

El filme ha sido ampliamente publicitado como una mirada íntima al cerrado circulo que rodea a la editora y, mejor aun, un rarísimo vistazo al carácter y la personalidad de la que muchos consideran la mujer mas poderosa en el mundo de la moda internacional, un fabuloso insecto fashionista talla 2 con nervios de acero y vocación de dictadora.

Pues bien, ni con todo su poder y gloria, Anna fue capaz de evitar que Grace Coddington, literalmente, le robara la película.

Este es un asalto inesperado y bienvenido, porque la Coddington, que en “The September Issue” es descrita- por la misma Wintour, no less- como “la editora de modas mas brillante del mundo, un verdadero genio”, trae humor, simpatía, sentido común y, más que nada, humanidad, a un mundo que de otra manera habría quedado plasmado en el celuloide como un universo frío y calculado.

El mundo de la moda.

A diferencia de otros geniales documentales sobre el tema como “Unzipped” – sobre Isaac Mizrahi- o “Valentino: El Ultimo Emperador”, esta es una película absolutamente despojada de glamour.

Aquí todo es negocios, y minutos pasan y pasan mientras Anna, con la rigurosidad de un general, planea transacciones y complots, da consejos sobre ventas y entregas de mercancía, lanza millonarias sesiones de fotos al tarro de basura porque no le gusta el resultado, o, con una sola mirada, decide que tal o cuál vestido de couture no tendrá un espacio en su revista y quedará, por lo tanto, condenado al olvido.

Negocio cruel el suyo, para el que está bien preparada.

Hija de uno de los periodistas mas respetados de Inglaterra, su hermano, según explica en la película, se dedica a conseguir habitación para los mas necesitados de Gran Bretaña, y su hermana a proteger los derechos de los campesinos en Latinoamérica.

Su propia hija, Bee, tan linda, tan chic, dice frente a las cámaras que jamás se dedicaría a la moda como su madre, que es una industria extraña, llena de personajes excéntricos que piensan que el mundo empieza y termina en la pasarela.

No señor, Bee quiere ser abogado.

Y ahí queda Anna, con su elegante rostro incómodamente congelado en la pantalla grande, confesando con su mirada que tanto esfuerzo y trabajo, tantos disgustos, tantas exasperaciones, solo provocan “diversión” entre sus mas cercanos.

“Mi familia piensa que es lo que hago es ‘amusing’”, dice sonriendo. Una sonrisa que no tiene nada de alegre.

Y justo ahí, cuando se la ve más insegura, es cuando su imagen de cuidada perfección se enfrenta a la de la Coddington, la mujer que ha sido su mano derecha durante mas de veinte años.

Son colegas, pero eso no significa que sean amigas.

En una escena, ambas esperan un ascensor para subir al atelier de Jean Paul Gaultier en Paris. Y aunque son solo unos segundos, en el silencio de su relación se siente como un siglo.

La Coddington no le tiene miedo a la Wintour. Quizás es la única. Y de pronto pareciera que, por el contrario, es la Wintour la que se siente intimidada por esta mujer de cara blanca y orgullosas arrugas, pelo rojo enrizado como el de una bruja, que se pasea por los pasillos con una autoridad y una experiencia que dejan sin aliento.

Si la Wintour es el Papa- como alguien la describe en el documental- la Coddington es la Madre Superiora.
Una esta allá arriba, en la soledad del trono. Es la otra la que lleva la carga del día a día.

Grace, una ex modelo que abandonó esa carrera después de un accidente automovilístico que dejó marcas en uno de sus ojos, no muestra un atisbo de pretensión.

Mas increíble aun, tampoco muestra una huella de ambición.

Con la calma de una institutriz que ya ha sufrido una buena cuota de niños malcriados, recorre las oficinas de “Vogue”- que no son tan elegantes como uno supondría- dando lecciones de ironía, de amable sarcasmo, y de constante calidez.

La cámara la sigue a Paris, donde ha asistido a las colecciones de couture durante cuatro décadas, y descubre que sus ojos no se iluminan frente a las barrocas colecciones de Galliano o Gaultier, sino frente a un perfecto jardín. “!Que belleza!”, dice con genuino aprecio, y observando el paisaje no queda más que coincidir con sus palabras.

Montada en un taxi, cuenta que comenzó su carrera trabajando para Norman Parkinson, el célebre fotógrafo. “El me dijo que no cerrara nunca los ojos”, dice, “que jamás durmiera en el auto, porque todo lo que vea a través de la ventana es inspiración”.

Como amé a esta mujer.

Inspiración le sobra. Y profesionalismo también. Sin hacer ningún alarde, termina siendo la gran estrella de la edición de Septiembre, que ese año publicó exclusivamente su trabajo, salvo por una lamentable sesión de fotos en Roma con Sienna Miller para la portada, fotografiada por Mario Testino.

Mientras la Wintour apenas le dirige la palabra a sus subalternos- y si lo hace es para llamarles la atención sobre un detalle que no corresponde a sus estándares-, la Coddington no deja en ningún momento de crear complicidad con todos los que la rodean. Incluso con el camarógrafo del documental, al que convence de participar en una de las sesiones de fotos.

La Wintour, cuando ve esa imagen, decide que el camarógrafo es demasiado obeso y que ese es un problema que debe ser solucionado rápidamente gracias al abracadabra del photoshop.

Grace, sin siquiera darse la molestia de informar a la editora, decide que la foto es mucho mas interesante con una buena panza.

“Es bueno tener gente real en las fotografías”, asegura, “basta con que las modelos sean irreales”.

El resto de los protagonistas de la película son una comparsa que no provoca ninguna sorpresa. Las “voguettes” son todas delgadas y crispadas. Mario Testino es un divo que no fotografía el Coliseo porque no le parece interesante. Y André Leon Talley es retratado (injustamente) como una “fashion victim”, un gigante que juega tenis- porque Anna se lo “sugirió”- acarreando bolsos deportivos, porta raquetas y toallas con el logo de Vuitton. Una caricatura.

Millones van y millones vienen. Gigantescos baúles de ropa cruzan el Atlántico de lado a lado; abundan las pelucas, los postizos, los elegantes salones del Ritz de Paris, y también abundan los rechazos.

Chanel (Iman) y Hilary (Rhoda)… Out!!

Así las cosas, es mejor dejar que Anna saque cuentas en su oficina. El corazón de “Vogue” – y de “The September Issue”- pertenece a Grace Coddington.

Wednesday, August 5, 2009

Are You Poorgeois?


Los llaman la “Poorgeoisie” y son- según “The Wall Street Journal” en Nueva York y “The Guardian” en Londres- la nueva “bourgeoisie”, una burguesía disfrazada de modestia que consume tanto o más que la tradicional pero que detesta exhibir los frutos de su riqueza. Son los “ricos anti-ricos”, como dijo el Journal, y aunque su origen aparentemente está en enclaves “poorgeois” como Brooklyn o Portland, ahora extienden sus redes por todo el planeta.

Esta no es una casta fácilmente reconocible, porque igual que sus antecesores, los “bohemios burgueses” o “BoBos”, los miembros de la pobresia no buscan impresionar a nadie que no sea uno de sus pares. Para el resto no parecen mas que un puñado de jóvenes neo-hippies en ajustados jeans, camisas leñadoras y viejos bolsos de cuero, porque ¿quién iba a saber que el bolso en cuestión fue hecho a mano en material reciclado del siglo 19 y adquirido en el ultra chic Dover Street Market de Londres por una pequeña fortuna?.

“ La ‘poorgeoisie’ es un movimiento contracultural de ricos que han adoptado un consumismo que va en contra del consumismo”, explicó “The Guardian” recientemente, “Gastan dinero con el propósito de parecer que no lo han gastado. Son personas ricas que no quieren parecerlo; sienten vergüenza de su fortuna en momentos de crisis económica”.

Así, a primera vista, los jerarcas de la casta parecen pobres mortales. A menudo se trasladan en bicicletas “vintage”, cultivan sus propias hortalizas y viven casas que, observadas desde fuera al menos, son un grito de poca pretensión.
¡Ah, pero cruce las puertas y se encontrará con otro mundo!
La mujer “poorgeois” es una diosa del minimalismo y sabe reconocer perfectamente las ventajas de cada diseño y material. Junto a su decorador- otro “poorgeois” que, con sus gastados pantalones de Rag & Bone y sus T-Shirts de Project Alabama no tiene nada que ver con el diseñador de interiores tradicional- recorre mercados de las pulgas en Londres, Paris y Buenos Aires buscando muebles y objetos que creen una atmósfera de envejecida y discreta elegancia. El ‘look” es muy industrial siglo 19, mezcla de Dickens y Proust, con cómodos sillones de cuero, lámparas de alguna antigua fábrica, picaportes de cristal y arte contemporáneo en los muros adquirido en la White Cube gallery de Londres, en Phillips & de Pury en Manhattan, o directamente en el estudio de un prometedor artista berlinés.

No seria raro que un visitante distraído pensara que en estos salones no abunda la limpieza; pero no se equivoque, porque la familia “poorgeois” mantiene el aspecto añejo y mohoso de sus residencias con la ayuda de una o dos ‘au pairs” de Ghana o Trinidad que aparte de mantener el aspecto cuidadosamente descuidado de la residencia, tienen entre sus responsabilidades exponer a los niños de la “poorgeoisie” a una muy necesaria “diversidad cultural”.

Por vocación, estética y estilo de vida, el hombre “poorgeois” luce siempre algo de pelo en su cara. Eso le da un aire rudo, varonil, alejado de toda moda o tendencia, que combina perfecto con su Vespa original de 1958 adquirida a precio astronómico en una venta de Sotheby’s en Roma.

A diferencia de la burguesía tradicional, que no pierde oportunidad de hacer alarde de sus posesiones, la nueva “pobresía” jamás habla de dinero. Le parece de mal gusto andar diciendo que pagó 40 dólares por una libra de procciutto o que el vino varietal en su mesa, tan deliciosamente decadente, proviene de su propia viña en Napa.
La educación es prioritaria para este grupo, y Harvard, Yale, Cambridge, Wharton y Oxford son terrenos que les resultan bien conocidos. Titulo en mano, sin embargo, rechazan ofertas en gigantescos bancos o empresas multinacionales, y se dedican a crear sus propias carreras en áreas “creativas” como el ‘dealership” de arte, la edición de libros alternativos, líneas de moda ecológicas, sitios de Internet o la fabricación de productos orgánicos. Solo Dios sabe cómo, estas empresas invariablemente se transforman en pequeños gigantes económicos, un “karma” que el “poorgoeis” prefiere ocultar por terror a ser considerado burgués o, pero aun, un “maldito capitalista”.

La televisión en estos círculos es considerada enemiga número uno, salvo cuando se trata de programas culturales o debates de actualidad. Solo entonces la pareja “poorgeois” se instala frente a la pantalla, ella con una taza de té de “Marriàge Frêres”, la exclusiva marca parisina, y él con una de café “Stumptown” de Oregon, el único café- recién molido por la ‘au pair’, por supuesto- que los miembros de la casta aceptan como suyo.

Cuando se trata de vida nocturna, jamás se encontrará con un “poorgeois” rogando por una mesa en el “Monkey Bar” de Nueva York o haciendo una larga cola para entrar a “Favela Chic” en París. Los lugares de moda no le interesan, y pagar una cifra de dos dígitos por un “drink” solo para estar sentado a dos mesas de Madonna le parece obsceno. En cambio, prefiere sitios como “The Wapping Project” en Londres, un espacio de arte y restaurant de ambiente definitivamente “poorgeois”, ubicado a solo pasos de la Tate Modern, donde es posible disfrutar un simple plato de pasta sin que nadie sospeche que lleva un precio de 45 dólares en el menú.

“Poorgeoises” hay en todas partes. En Nueva York no es raro encontrarse con ellos en Williamsburg, el súper ‘trendy” barrio donde estos “hipsters” viven en decaídos espacios industriales renovados a un costo de 1.5 millones de dólares, o en las tiendas de antigüedades de Atlantic Avenue, también en Brooklyn, donde una tarde shopping significa gastar 26 mil dólares en una vieja mesa de carnicero, perfecta para el escritorio.

En Londres están en Notting Hill, en el Southbank o en los alrededores de Hoxton Square. En Buenos Aires, obviamente, en Palermo SoHo. Y en Chile, donde la nueva generación de actores liderados por Benjamín Vicuña y Gonzalo Valenzuela es el perfecto ejemplo de la vibrante “poorgeoisie” de la ciudad, se concentran en viejas cuadras de Providencia, Nuñoa y La Reina.

Si quiere integrarse a esta tribu cool, comience por esconder sus vestidos de Versace y sus carteras de Prada, deshágase del Porshe y olvídese de las vacaciones en el Four Seasons de Bali. La vida simple es lo que se usa. Aunque salga mas cara.