Ayer, sentado en un taxi a las diez de la noche, rumbo a Brooklyn después de la fiesta de inauguración del Mobile Art Pavillion que Chanel instaló en medio del Central Park, saqué mi celular y llamé a Mr. D para avisarle que iba en camino.
Mr. D tenia mala voz.
“El mundo se está cayendo a pedazos”, me anunció.
“!Que pasó!”, le pregunté preocupado, tratando de mantener la cabeza firme y la conciencia limpia después de dos, tres, cuatro…copas de champagne.
“Estoy viendo las noticias…El mundo se cae a pedazos”, insistió mientras, como triste música de fondo, se escuchaban caer las tragedias a través de la televisión.
Durante tres horas, rodeado de un puñado de famosos- Sarah Jessica, Karl Lagerfeld, Kate Bosworth…-, admirando arte inspirado en una cartera acolchada Chanel, y con el magnifico edificio “transitorio” creado por Zaha Hadid como escenario, fue fácil olvidarse de los días que vivimos.
¡Ah, divina decadencia!
Nicolai Ouroussoff, de “The New York Times”, había publicado esa misma mañana una ácida y punzante critica al Mobile Art de Chanel.
Entre otras cosas dijo que el momento de la llegada de este carnaval de lujo, arte y comercio a Manhattan, cuando el país vive su peor crisis económica desde la Depresión del 29, no podría haber sido peor.
Dijo también que su ubicación era lamentable, teniendo en cuenta que este monumento al dinero y el exclusivismo estaba ahora instalado en Central Park, un parque que fue creado originalmente como símbolo de la Democracia y el espíritu comunitario.
Y dijo, finalmente, que el arte presentado no era mas que un pastiche de clichés tratando de parecer provocativo.
“Si hace un año esto habría parecido indulgente, ahora es simplemente de locos”, sentenció.
¿More champagne, anyone?
Aunque Ouroussoff algo de razón tiene- el “timing” de Chanel es trágicamente inoportuno-, sus palabras suenan excesivamente duras.
Duras e injustas.
Castigar a una marca porque acarrea arte contemporáneo y arquitectura de punta por seis importantes ciudades del mundo parece innecesario y, perdón Mr. Ouroussoff, también cliché.
Chanel podría haber guardado la fortuna que está gastando en su “pabellón” en los bolsillos de sus ejecutivos. O en la cartera de alguna modelo contratada para su nueva campaña. O, ¿por qué no?, en páginas de avisos en “The New York Times”.
En cambio lo ha dedicado a promover arte contemporáneo que, debatible como todo arte, es arte al fin y al cabo.
Arte gratis y abierto a todos los habitantes de la ciudad.
¿ Que en el camino está obteniendo enorme visibilidad? So what?
Esto no quiere decir que la gala de inauguración no haya tenido un “je ne sais quoi” Versallesco.
Zaha Hadid envuelta en pieles que harían aullar a un defensor de los animales, y Karl Lagerfeld cubierto en una armadura de camisa almidonada, chaqueta negra, lentes oscuros, broches de brillantes, guantes de cuero y cinturón de diamantes, fueron los reyes de esta corte.
Sarah Jessica Parker se paseó por entre los árboles en moño y tacos, dando saltitos, sonriendo a todo el mundo, seguida de cerca por un amenazante guardaespaldas.
Hubo ríos de champagne. Hubo océanos de langosta y atún. Hubo selvas de chocolate y frambuesas. Hubo mas belleza por pie cuadrado de la que seria posible encontrar en el “backstage” de un desfile en Milán.
No es raro que el Mobile Art Pavillion de Chanel tenga el aspecto de una nave espacial.
No es de este mundo, sino de otro donde no hay mercados en el piso, terroristas fundamentalistas ni continentes completos arrasados por la guerra y la hambruna.
No es un mundo real. Pero es un mundo ideal.
¿Y quién podría resistir la tentación de pasar ahí una noche junto a Carrie Bradshaw?
Fotos@ Manuel Santelices