Shoot the Freak

El fin de semana pasado Mr. D, su hermana, su cuñado, sus dos sobrinos- de 4 y 6 años- y yo fuimos a Coney Island.

Coney Island, por si no lo sabe, es una playa en Brooklyn, no muy lejos del aeropuerto Kennedy, famosa por su alicaído parque de entretenciones, sus hot dogs, y un “side show” repleto de ‘freaks” que incluye, entre otros, a un cerdo con dos cabezas, una mujer barbuda, un feto deformado flotando en un frasco, y un enano que come vidrio molido sin aparentes consecuencias para su digestión.

Ahí estábamos, disfrutando de esta mañana de sana entretención familiar, cuando uno de los niños exclamó: “Mira mamá, ¡Shoot the Freak!”.

En un pequeño callejón abierto como una caverna entre dos edificios, una multitud se había reunido para participar en la mas reciente atracción del lugar, anunciada con un enorme cartel recortado que decía, sin rodeos, “Shoot the Freak”.

Nos abrimos paso por entre los curiosos.

El callejón había sido convertido en un campo de tiros, con una decena de rifles a postón instalados sobre una veranda y un esmirriado adolescente cubierto con un chaleco antibalas y casco, corriendo desesperado por el callejón, escondiéndose de los disparos detrás de un escudo de madera y una montaña de heno.

“!El freak! ¡El freak!”, grito entusiasmado el sobrino de Mr. D.

“!Ese no es freak!”, dijo un señor a nuestro lado, dando un largo sorbo a la botella de cerveza que tenia en su mano. “ ¿Por qué no consiguen un verdadero freak?”.

“El tipo se gana la vida recibiendo disparos”, explicó el encargado de cobrar las entradas (tres dólares por cinco disparos), “Si eso no es un freak, no sé que es”.

La explicación fue suficiente para abrir el apetito del señor de la cerveza, que, poniendo la botella en el suelo, sacó un fajo de billetes de su pantalón.

“Dame diez disparos”, dijo fanfarrón.

Y entonces comenzó la diversión.