Wednesday, July 8, 2009

Bewitched


Hace unos días, el ex candidato presidencial John McCain se unió al coro de voces republicanas que exigen que el asunto de la tortura en Guantánamo durante la administración Bush no sea investigado. Hurgar en esas acusaciones, dijo, seria “una caza de brujas”.

Abracadabra, pata de cabra
Que este hechizo dorado
deje todo olvidado.

El candidato no debería haber invocado el nombre de las brujas con tanto descuido. Sin quererlo, puede haber creado un aquelarre.

Según un articulo de opinión publicado la semana pasada en “USA Today” por Mary Zeiss Stange, una profesora de temas femeninos y religión de la Universidad de Skidmore, nadie conoce mejor los horribles efectos de la tortura que una hechizada.

Entre los siglos 15 y 17, recordó en ese periódico, miles de personas fueron acusadas, torturadas y sentenciadas por la Inquisición y por un circo farsante de jueces formado por hombres que, además, eran en su mayoría sacerdotes.

Gran parte de los acusados eran mujeres, y por eso ese horroroso periodo histórico es también conocido como el “holocausto femenino”. Pero también hubo judíos de ambos sexos, personas física y mentalmente incapacitadas y, por supuesto, homosexuales, todos sospechosos de crímenes que incluían desde destruir cosechas y causar la muerte de recién nacidos a, convenientemente, provocar la impotencia masculina.

A alguien tenían que culpar de semejantes desgracias, y si no podía ser El Creador, ¿por qué no las brujas?

Igual que los torturadores modernos, estos guardianes de la moral buscaban confesiones. Y para obtenerlas recurrieron a planchas calientes, agua hervida, ataque de perros, privación de comida o sueño… ¿Suena conocido?

Si la administración Bush tuvo sus “torture memos”, la Inquisición Católica tuvo su “Malleus Maleficarum”, un libraco siniestro donde la Iglesia explicaba, por ejemplo, por qué es mas conveniente usar tal sistema de tortura y no otro para obtener la confesión deseada.

Y confesiones hubo, entonces y ahora.

Según la Zeiss Stange, las supuestas brujas fueron consistentes en sus historias de romance con Satán y la brujería. Tan consistentes, que sus confesiones parecen una sola: la confesión de cualquier persona que, bajo las penas del infierno, está dispuesta a decir lo que su torturador le indique.

El articulo (y algún día aprenderé como crear links en este blog) deja con el corazón destrozado, no solo porque estas atrocidades hayan existido, sino porque pueden volver a existir.

Después de leerlo pensé en “La Hechizada”, mi serie favorita en la niñez. ¿Habrían torturado a Samantha? ¿A Endora?

Igual que esta brujas de película, viví durante largo tiempo escondiendo mi identidad en medio de la placidez de un suburbio de clase media, temeroso de que alguien descubriera que ahí, a plena vista, en el colegio, en la iglesia, en el supermercado, en el gimnasio, había un peligroso impostor.

Samantha y Endora, pensé después, habrían arrancado de los torturadores con una simple arriscada de nariz y aparecido segundos después en lugares mas apropiados para una bruja, como la corte de Louis XV o la Roma de la Dolce Vita.

Yo, en su momento, arrisqué la mía y aparecí en Nueva York, completamente hechizado.

Ahora McCain, Dick Cheney y sus secuaces han llegado a practicar su brujería a mi puerta. Pero son solo aprendices de mago, pobres David Copperfields políticos que no tienen idea de cómo crear un hechizo eficiente, que confunden una cola de gato con un hervidero de yesca, una poción de amor con una de venganza, o, peor aun, un mantra de justicia con uno de crueldad.

Yo, por mi parte, lanzo mi propio hechizo.

Samantha, Endora
que viva Gomorra
Que McCain, Cheney y Bush,
queden convertidos en ositos de plush.

Wednesday, July 1, 2009

VOGUesquire


Si cuando tenia trece o catorce años alguien me hubiera dicho que algún día iba a escribir para “Vogue” y “Esquire” al mismo tiempo, habría arrancado las cortinas del living, me habría envuelto en ellas, tomado el encendedor “Bic” de mi mamá e inmolado ahí mismo, al lado del stereo. Y luego habría corrido por la calle Bilbao aullando “I’m a star!! I’m staaaar!!! I’M A STAAAAAARRRRR! hasta caer a las alturas de la calle Manquehue como la bruja del Mago de Oz, convertido en un montoncito de ceniza verde y fétida de éxtasis, vanidad y papel couché.

Gracias a Dios ahora soy un profesional maduro, un hombre hecho y derecho, un periodista que sabe mantener su “cool”.

Aquí no ha habido alardes de ningún tipo. Simplemente he reaccionado como cualquiera lo habría hecho en mi lugar.

De aquí en adelante, Mr. D sabe que nuestros gatos no pueden estar jamás en la misma habitación que “Vogue” y “Esquire”. Si las revistas están en el living, los gatos deben permanecer en el dormitorio y viceversa.

No vaya a ser que las portadas se ensucien con algún pelo felino.

Los dos ejemplares permanecen ahora en nuestra mesa de centro, a la mano en caso de que cualquier visitante me pregunte ¿Cómo estas?, ¿En qué andas? o ¿Cómo esta tu familia?, interrogantes que inevitablemente llevan a que yo saque las revistas de la caja de cristal con luces halógenas y temperatura acondicionada donde se encuentran, y les muestre el fruto de mi trabajo.

¡No las toquen!, les indico, y luego les ruego que usen los guantes blancos instalados a un costado, similares a los que el Smithsonian en Washington provee para los afortunados que pueden tocar la Declaración de Independencia.

Luego vienen los obvios halagos, que recibo siempre con incomodidad y modestia, porque como expliqué mas arriba, me he tomado todo esto con mucho “cool”.

Mientras vuelvo a poner las revistas en su lugar, les explico que no es nada, que soy un periodista mas, un reportero, un obrero de la información, y luego vuelvo a limpiar el cristal con Windex, para que quede diáfano y brillante, sin huellas digitales.

¿De verdad te gustaron las revistas?, le pregunto a Mr. D una vez mas al final de la noche, cuando ya estamos con la cabeza en la almohada, listos para dormir, y él me contesta “si, si”, en medio de ronquidos.
A la mañana siguiente, antes de que parta la oficina, vuelvo a preguntarle, solo por curiosidad, si hablaba en serio cuando la noche anterior me dijo que de verdad le habían gustado.
El dice “si, si” nuevamente y sale corriendo con la cara enojada y dando un portazo.

No caben dudas de que el éxito profesional de una de las partes puede crear tensiones en la pareja.

Por mi parte, estoy contento que esto haya sucedido a estas alturas de mi vida. De otro modo, ¿quién sabe?, quizás se me hubieran ido los humos a la cabeza.

Una situación como esta habría sido peligrosa en la juventud. Mire usted lo que ha sucedido con Lindsay Lohan.

Mi vida, curiosamente, no ha cambiado. Sigo encadenado a mi escritorio, levantándome de cuando en cuando para limpiar el baño de los gatos, poner los platos sucios en el lavavajillas y hacer la lavandería.

La única diferencia, quizás, es que ahora, mientras veo la secadora dar vueltas y vueltas, me quedo pensando en mi obituario.

“Manuel Santelices, periodista que publicó simultáneamente en Vogue y Esquire en la década del 2000, murió ayer en Nueva York. Siguiendo las órdenes de su testamento, sus sobrinos tataranietos lo enterrarán en un ataúd revestido con páginas de ambas publicaciones…”.

AMO AMA


Ayer, The New York Times publicó un perfil de Lisa Maria Falcone, una mujer alta y delgada con afición a los tacos altos y los vestidos de Cavalli que, de pronto, se ha convertido en una de las grandes benefactoras de una ciudad bien conocida por su filantropía.

Lisa Maria sorprendió a todos a comienzos del mes pasado cuando durante una comida organizada por los creadores de The Highline, el nuevo y espectacular parque elevado en el West Side de Manhattan, se levantó y anunció que ella y su marido entregarían 10 millones de dólares como contribución a este sitio, una maravilla de arquitectura y paisajismo abierta a todos los habitantes de la ciudad.

La Falcone no es la única generosa.

Suba por los escalones del Metropolitan Museum y verá inscrito en los muros cientos de nombres de benefactores. Lo mismo sucede en el Walt Disney Concert Hall en Los Angeles, donde no hay un rincón que no lleve un apellido. O en el MoMa, donde los Lauder o los Cisneros, por nombrar solo algunos, tienen sus propias galerías. O en el Central Park, donde cada banqueta lleva una inscripción, la mayoría con nombres de personas que no tienen grandes fortunas pero que un día, sentadas bajo las árboles, decidieron que seria una buena idea ayudar a mantener y compartir esta joya verde en el corazón de la ciudad.

De El Museo del Barrio al New York City Ballet, de la Metropolitan Opera al Coro de Niños de Harlem, no hay una institución en Nueva York que no sobreviva gracias a estas donaciones que existen, en parte, porque pueden ser descontadas de impuestos, una estupenda idea que deberia ser imitada.

En Latinoamérica las cosas son distintas, y aunque ahí es normal que las grandes empresas o gigantescos bancos busquen promoción e imagen a través del apoyo a las artes, los individuos a menudo prefieren seguir ese refrán que dice que la caridad empieza por casa.

Grandes casas. Casas protegidas por gigantescos muros, cercas eléctricas y, en ocasiones, guardias armados, que contienen obras de Matta, Picasso o Chagall que solo son pueden admiradas por sus dueños y, con suerte, por uno que otro invitado.

Pero las cosas parecen estar cambiando, al menos en Chile.

Este 8 de Julio se inaugura la exhibición “Flujo” en el Museo de Artes Visuales de Santiago, MAVI, una muestra de los artistas Gerardo Pulido y Tomas Rivas, los primeros ganadores de la Beca AMA, bajo la curaduría de Cecilia Brunson.

La beca entrega recursos a artistas chilenos para hacer residencias en el extranjero y fue creada por Juan Yarur, que por estos días está dando una lección sobre cómo promover y ayudar al arte en un país donde el arte a menudo es considerado un lujo innecesario, un gasto irrelevante o, peor aun, una frivolidad.

(Y aquí, un “full disclosure”: Juan- “Juanito”- es uno de mis grandes amigos y lo adoro, así que este post esta teñido de cariño y admiración)

La prensa ha comenzado a hablar del ‘mecenas”, pero el apodo es algo injusto. porque se queda corto para describir lo que está haciendo.

A los 23 años, y después de largo tiempo siendo considerado poco mas que una caricatura de “party boy” y “socialite”, Juan está mostrando una nueva cara. Su pasión por el arte contemporáneo es genuina y entusiasta, y si alguien tiene dudas, basta decir que es el miembro mas joven- y el único chileno- en el “board” de adquisiciones de la Tate Modern en Londres.

He escuchado a alguien decir que, claro, con dinero, eso no es tan difícil. Y el comentario es tan ignorante y envidioso que mas vale saltárselo.

Solo Dios sabe qué habría hecho yo si hubiera estado en los (fabulosos) zapatos de Juan a su edad. Lo mas probable es que hubiera arrancado rápidamente a Londres o Nueva York a buscar aventuras y a tatarear por las calles esa canción que tantos otros en circunstancias similares prefieren cantar- ¡YO-YO-YO!.

Pero él, para fortuna de los artistas chilenos y del país entero, ha elegido otro camino.

Solo queda decir BRAVO y GRACIAS!